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En pleno aislamiento social preventivo y obligatorio, las galerías de arte reabrieron sus puertas bajo un protocolo específico. Ya no hay inauguraciones como en tiempos pre-covid-19; la parte más social, más de evento, fue desplazada para crear un nuevo encuentro entre los artistas, sus obras y el público, una suerte de vernissage. Entre barbijos y saludos con codo, entramos a la Galería Grasa, que reabrió sus puertas para mostrar el lado B del artista Manuel Aja Espil.
En un ex garage convertido en galería, se expone un grupo de trece pinturas que se corresponde con lo que tradicionalmente el arte nominó “pintura de paisaje”. Pintadas en plein air, producto de la inventiva o de la memoria, todas presentan la misma particularidad: los personajes de ficción que suelen caracterizar la producción pictórica de Aja Espil desaparecieron. Abandonaron el plano de la representación dejando un vacío que ahora permite el ingreso del espectador en el espacio plástico. Llama la atención que pinturas de pequeño formato, que no se valen de las técnicas ilusionistas más tradicionales, consigan adentrarnos en el espacio de la representación. Como destinatarios, somos una pieza más de una narrativa que se compone casi exclusivamente de elementos paisajísticos. El secreto de este logro no se encuentra solamente en los recursos pictóricos que utiliza el artista: una línea del horizonte baja, elementos paisajísticos en primeros planos y una suerte de perspectiva aérea que contempla que los colores se perciben azules en la lejanía y los detalles son cada vez menos nítidos. El acierto está en la superación de la dimensión de lo visual.
Las obras de Aja Espil exceden las categorías occidentales de “sublime” o de “pintoresco”. Se acercan a una concepción de paisaje más vinculada con la sensibilidad oriental. La noción china de shanshui permite pensar todos los paisajes, pero también remite a todas las posibilidades perceptivas e imaginativas. Es lo que sucede en estos paisajes. Se puede percibir el rumor del viento cuando agita las hojas de los árboles, el tacto de los pastizales cordobeses, la densidad del aire que nos envuelve cuando nos adentramos en los senderos trazados y enmarcados por grandes formaciones rocosas.
Carteles con el lema “The End is Night” y hasta escritos casi imperceptibles sobre tumbas que hacen referencia al actor Philip Seymour Hoffman entran en los engranajes del universo de este artista: el mundo gamer, el cómic y la tradición pictórica. Si los personajes abandonaron el espacio de la representación, es porque el paisaje como género exige la ausencia de un tema narrativo. La ironía y el chiste no dejan de estar presentes. El concepto de paisaje no se define en el objeto que se contempla, sino en la mirada (adiestrada) de quien lo recibe. Cuando el ojo recorre cada rincón del lienzo encuentra referencias que funcionan como hitos reconocibles, como un guiño de complicidad exclusivo para aquel que conoce su lado A.
Manuel Aja Espil, Los viajes, Galería Grasa, Buenos Aires, 7 de agosto – 15 de septiembre de 2020.
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