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Mañana no estás

Lee Child

OTRAS LITERATURAS

¿En qué se diferencia Jack Reacher de otros protagonistas notables del policial negro? La respuesta tal vez sea menos obvia de lo que parece. La criatura de Lee Child, que ya ha aparecido en veintitantas novelas y colecciones de relatos desde su natalicio editorial en 1997 —y cuyos libros vienen siendo publicados con constancia por dos sellos argentinos desde la salida de Noche caliente (2014)—, despliega la misma maestría para renegar del arquetipo que para ampararse en él.

Expolicía militar, corpulento y lúcido al límite de lo humano, Reacher está siempre un paso delante de cualquier volantazo narrativo y por lo general termina en la cama de la contraparte femenina con la que viene haciendo verónicas desde el primer capítulo. Su avidez de sangre es intensamente norteamericana. Tramitar la violencia, expedirla y a la vez conservarla dentro de un perímetro moral reconocible implica un código individual que, amén de las obligadas rispideces con la maquinaria corporativa, representada por agentes y funcionarios que de tan grises se vuelven abstractos, sintoniza con la cara más virtuosa del ejercicio nacional de la fuerza, si es que tal cosa existe fuera de las series y las películas.

Y sin embargo, aunque nunca se animen a quemar sus credenciales de page turners de aeropuerto, las novelas de Child encubren una saludable oscuridad. Puede que muchas veces Reacher quebrante huesos y desate balaceras refugiándose en motivos altruistas —preservar inocentes, preservar el concepto mismo de inocencia—, pero no siempre sus mandatos son tan claros. Mientras que los detectives del policial más tópico suelen ingresar en la anécdota de modo gradual y no sin resistencias —son contratados por alguien que no dice toda la verdad, el crimen lleva a un conflicto mucho más importante y delicado, las fronteras se disipan y el detective debe decidir de qué lado pararse—, Reacher prefiere embestir. Es un vagabundo posmoderno que entra y sale del sistema y que en ocasiones ni siquiera necesita una razón pecuniaria o emocional para ir hasta el fondo. La adrenalina es recompensa suficiente. Quizás la avidez no sea tan inmaculada.

Todo lo anterior se plasma desde el vamos en Mañana no estás. Reacher viaja una madrugada en el metro de Nueva York cuando descubre a una mujer que murmura nerviosa unos asientos más allá. Otros detalles encienden las alarmas: tiene puesta una campera que no armoniza con el verano y una mano hundida en un bolso grande. Reacher intenta persuadirla de lo que sea que está por hacer, pero la mujer saca un arma y se vuela los sesos. Lo que sigue amontona políticos con pasados confidenciales, yihadistas infiltrados, derivaciones de guerras soviéticas, torturas pavorosas y un enfrentamiento final de videojuego.

Traducida por Aldo Giacometti, quien emula con eficacia el estilo tenso de Child, su berretín de escenificar por la negativa —“No una batería. No cables. No un interruptor, no un botón, no un detonador”—, Mañana no estás sitúa a su protagonista en una trama que sólo importa mientras se la está leyendo y de la que más temprano que tarde Reacher saldrá con nuevas cicatrices, camino a la ruta que lo conducirá, a dedo o en micro, con un cepillo de dientes y una tarjeta de crédito como único equipaje, hacia la geografía ignota, o no tanto, de su próxima novela.

Lee Child, Mañana no estás, traducción de Aldo Giacometti, Eterna Cadencia y Blatt & Ríos, 2020, 488 págs.

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