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¿De qué sirve la queja? La pregunta condensa las motivaciones del nuevo ensayo sobre la contracultura estadounidense del autor de Mean Streets (1973). La respuesta está estructurada en siete capítulos de una serie documental para Netflix que pueden ser leídos como un stand up en clave de caminata por esas calles que alguna vez fueron salvajes: las calles de Nueva York. Fran Lebowitz, escritora bloqueada, humorista y vieja amiga de Scorsese, es la protagonista. Autora de dos libros que concentran su mirada irónica sobre la vida urbana, Vida metropolitana (1978) y Breve manual de urbanidad (1981), Lebowitz recorre la ciudad a la que llegó en 1969 luego de huir de un pueblo de Nueva Jersey, en una fuga comparable a la que luego haría Bruce Springsteen. Y es que Lebowitz, además de forjar una personalidad crítica y sarcástica que contiene a Susan Sontag y Bill Hicks, se mueve con el despojo de una rockstar que transita una zona más imaginaria que material. En ese sentido, la maqueta de la Gran Manzana que los dos amigos tienen a sus pies mientras se ríen es un escenario más concreto que la propia ciudad: es ahí, en la gigante miniatura, donde están la experiencia y su memoria.
Si bien es reconocido por su retrato de la mafia italoamericana y por sus célebres outsiders, Marty (como le dice Fran) viene investigando —desde que ayudó a Michael Wadleigh a filmar el icónico y caótico Woodstock 69— los hitos, los efectos y los cambios socioculturales de su país, específicamente los relacionados con la cultura rock y, más específicamente, con Bob Dylan. En algún punto, salvando un mar de distancia poética, Lebowitz habla el idioma paródico y sentencioso del cantante o, quizás, es al revés: si Dylan contiene multitudes, una de ellas puede llevar el nombre de Fran Lebowitz, alguien que no hace canciones pero habla de ellas. Es más, aunque no es novedosa, la valoración más emotiva de la ex escritora es sobre la música y su transmisión de alegría (“nadie es tan amado como los músicos”). Su mente vuelve, en medio de sus indignaciones cotidianas, a esos nombres que componen un espacio de felicidad: Leonard Berstein, Charles Mingus, Marvin Gaye, New York Dolls. Emblemas de un mundo que ya no existe. Lo único que queda, sabe Fran, es la posibilidad de la queja. Pero no la queja como resignación cínica, sino como resistencia vital ante la imposición del bienestar entendido como salud y el imperativo de ser feliz como frase leída en un almohadón. En ese punto, la serie funciona como un apéndice de Curb Your Enthusiasm, el gran tratado sobre la queja que Larry David viene haciendo, con otro sentido de la incomodidad, hace más de veinte años. Aunque sus reflexiones son más ácidas que profundas, la humorista de setenta años no necesita recurrir al traje de la incorrección política para expresar sus visiones más conservadoras (“si se puede comer no es arte”), sino que se conforma con la honestidad provocativa (en definitiva, no desconoce que si no fuera mujer y lesbiana otra sería su notoriedad). Finalmente, más que por el personaje en sí, la serie se sostiene por el posicionamiento del espectador/interlocutor Scorsese, que está todo el tiempo al borde del desmayo por sus propias carcajadas. Tal vez, a la siempre acelerada mente del director se le ocurrió que después de la muerte de Lou Reed hacía falta un nuevo King of New York. Y entonces sacó una reina de la manga.
Pretend It´s a City (Estados Unidos, 2021), dirección de Martin Scorsese, Netflix, 7 episodios.
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