Nomadland

Muerto su marido y desmantelado el pueblo en el que vivió por décadas, Fern (Frances McDormand) guarda todas sus pertenencias en un depósito y empieza una nueva vida en un furgón que acondiciona especialmente y al que le da el sugerente nombre de “Vanguardia”. Con una estructura que la acerca a la novela de formación —género extraño a la edad de la protagonista—, la película comienza con la partida de Fern y termina con su retorno al punto de origen para liquidar lo que había dejado en el depósito, hacer una última visita a su casa abandonada y asumir por fin su nomadismo. En el decurso, somos testigos de su nueva vida en la ruta: su relación con el paisaje, sus trabajos temporarios —en un centro de distribución de Amazon, en un parque nacional, en la cosecha de beteravas— y su reeducación, porque a Fern le toca aprender todo de nuevo, desde las reglas de la trashumancia hasta cómo ocuparse de su vehículo, pero, sobre todo, cómo ser parte de la comunidad itinerante del oeste estadounidense, esa que el libro original releva y la película documenta con delicada profundidad, siguiendo el destino de unos pocos casos reales y creando ficcionalmente apenas otros dos.

Rodada principalmente en exteriores y en locación a partir de un libro de no ficción, y mayormente con actores cuyos nombres, según los créditos finales, coinciden con los de los personajes que encarnan, es sólo el reconocible rostro de Frances McDormand lo que nos indica que Nomadland no es un documental. Su directora, Chloé Zhao, resume las aspiraciones de su trabajo —en esta y sus películas anteriores— cuando dice: “Todo en la secuencia se ajusta a un guion y una escenificación. Pero a través del casting, la fotografía y el montaje, nuestro objetivo es hacerte sentir que esto está pasando realmente”. Habla así de la mezcla de actores profesionales y no profesionales, de la imagen diáfana, naturalista de Joshua James Richards (con quien ha colaborado ya en tres largometrajes) y de una edición (de la que ella misma es responsable) que resiste estrategias de subrayado dramático. El comentario insinúa el sutil objetivo de Zhao: no tanto una mezcla indefinida o confusa entre ficción y documental, que invite a cuestionar los límites entre un modo y otro, o a una pretenciosa reflexión sobre qué sea “lo real”, sino más bien un coqueteo con los modos del documental en la construcción de la ficción, siempre atenta a la reacción que la película y los materiales con los que está hecha van a generar en el espectador. Porque, tal como les ocurre a los testigos cercanos de la nueva vida de Fern, resulta muy difícil para los espectadores no juzgarla. Este aspecto de la trama se pone en escena durante la visita a la casa de su hermana, uno de los momentos en que Fern es tentada con la posibilidad de volver a la vida sedentaria. Ante alguien que la acusa de escapismo, su hermana ensaya la siguiente defensa: “Me parece que lo que están haciendo los nómades no es muy diferente de lo que hicieron los pioneros. Creo que Fern es parte de una tradición estadounidense”. Según nos informa el texto sobreimpreso que abre la película, su pueblo (también de sugerente nombre: Empire, o sea, Imperio) desapareció después del cierre de una planta industrial, y al poco tiempo el código postal fue cancelado, por lo que Empire dejó de existir hasta en los registros del correo. Así, el intento de inscribir este estilo de vida en la lógica del gran relato nacional hace patente la dolorosa diferencia: mientras los pioneros fundaron un país, Fern y los nómades son la vanguardia del final.

Nomadland (Estados Unidos, 2020), guion de Chloé Zhao a partir de la novela Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century, de Jessica Bruder, dirección de Chloé Zhao, 120 minutos.