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El marido de mi madrastra

Aurora Venturini

LITERATURA ARGENTINA

Sigo una estrategia de lectura que no sé si tiene mucho sentido: si un escritor realmente me gusta, me reservo uno o más de sus libros para una posteridad vaga: una hipotética vejez, encarcelamiento o internación en que estos libros, que me serán absolutamente nuevos, se convertirán en vasos comunicantes a tiempos más felices. Obvio que las cosas no siempre funcionan así. Es difícil, por ejemplo, no seguir la carrera de un escritor contemporáneo si uno ya se ha enganchado con su primer libro.

En el caso de Aurora Venturini, los que la descubrimos con las nuevas ediciones de Tusquets, empezando el año pasado con la reedición de Las primas (2007), nos encontramos en la rara posición de estar presenciando el desarrollo de una carrera al revés. Si Las amigas (2020), la continuación de Las primas, publicada por primera vez también el año pasado, fue la última novela que Venturini escribió, con cada nuevo libro que publica o reedita Tusquets estamos efectivamente viajando atrás en el tiempo. Eso en sí mismo es interesante, pero con Venturini es particularmente fascinante, dado que su mayor reconocimiento literario llegó con Las primas; la tentación, entonces, consiste en leer los libros publicados posteriormente (escritos anteriormente) como la evolución de una voz que llega a su cenit con la publicación de esa obra maestra. Claro que es imposible juzgar la validez de ese acercamiento hasta leer toda la obra, pero por el momento parece una manera razonable de proceder, en particular con un libro como El marido de mi madrastra.

Se trata de una colección de cuentos separados en dos partes, una epónima con relatos más largos, la otra subtitulada “Hadas, brujas y señoritas”, con textos mayormente cortos, algunos no mucho más que viñetas. Hay aquí bastante material que los lectores de Las primas y Las amigas van a reconocer, varios elementos que hablan de un imaginario más grande pero reconociblemente característico de ese universo, y algunos aspectos que efectivamente son novedades. (Hay que decir que hubiese sido útil un poco más de información bibliográfica y un prólogo más contundente. No es un dato menor saber cuándo y para qué y quiénes los textos fueron escritos).

Para empezar con la primera categoría, en cuentos como “Laura Laínez” o “El marido de mi madrastra”, la voz venturiniana aparece de inmediato, esa en que la narradora asemeja a una guía de museo nerviosa y apurada, comunicando su información de manera rápida, atropellada, con disculpas, repeticiones y bastante exasperación. Después están los horrores. Venturini tiene una apreciación aguda, empática pero espantada, de las bajezas de que son capaces los seres humanos cuando buscan satisfacer sus deseos, particularmente los hombres, y también de cómo esas situaciones están exacerbadas por la pobreza y el abandono del Estado. Otra característica típica es la fascinación por el grotesco, la falta de remilgos cuando es necesario retratar asquerosidades naturales y antinaturales. Finalmente, está esa distancia emocional deliciosa, personajes de un pragmatismo extremo, o con un horror de conexiones sentimentales, y ni hablar cuando se trata de sexo. De la segunda categoría se podrían enumerar los temas fantásticos más explícitos; como el título de la segunda parte sugiere, en esta colección figuran fantasmas (especialmente), hadas y otros seres mágicos, y también una crueldad generalizada para con sus personajes que evoca, llamativamente, a otro misfit literario: J.R. Wilcock. Aspectos nuevos incluyen experimentos con un estilo más clásico, como por ejemplo en “Fulvia” o “El tornado”, y el segundo texto, extraordinario, “El abuelo Melo”, que, según nos informa un epílogo (¿escrito cuándo?, ¿para quién?), está basado parcialmente en anécdotas familiares.

El conjunto es otra joya para la banda creciente de fanáticos de Venturini. Será más que interesante ver qué tienen para revelar los próximos libros.

 

Aurora Venturini, El marido de mi madrasta, Tusquets, 2021, 224 págs.

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