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Maratonista ciego

Emilio García Wehbi

LITERATURA ARGENTINA

Cuando toca atravesar épocas desoladoras, encontrarse con libros que sorprenden y entregan un rato de felicidad se vuelve más valioso que nunca. Eso produjo, en mi caso, el hallazgo de este libro que se presenta como novela pero esconde, en pocas páginas, mucho más. Del abanico de genealogías que invoca el narrador, destaco las literarias: Artaud, Rimbaud, Nietzsche, Rilke, Handke. Pero, sobre todo, Patti Smith y W.G. Sebald, a quienes cita casi al principio y en sincronización (el narrador está leyendo a los dos autores al mismo tiempo y descubre que la primera cita al segundo, y que el segundo habla de otro libro que él acaba de leer). No es exagerado decir que Maratonista ciego se inscribe en la estela de libros excepcionales como M-Train y Del natural. Los tres textos, cada uno a su manera, escapan a los géneros para construir engranajes delicados que logran impulsarse casi sin necesidad de trama, a fuerza de recuerdos personales, microrrelatos, personajes apenas esbozados, enumeraciones idiosincráticas y descripciones precisas de los alrededores. Los tres autores-narradores encuentran su paz cuando caminan; sólo que mientras Smith deambula por las calles de Nueva York y Sebald atraviesa los campos ingleses, García Wehbi recorre el mundo —desde Claromecó hasta Mongolia— para volver siempre a las calles porteñas, por las que camina a escondidas detrás de su madre desquiciada.

El autor —apenas camuflado detrás de la distancia mínima que le presta el uso de la tercera persona— intenta hacer las paces con sus padres y una compleja herencia de locuras y mandatos familiares, mientras busca mil maneras de conjurar la muerte. Una forma posible es esta colección de viñetas, en las que la desesperación y la impotencia alternan —“como la vida misma”— con la esperanza, la ternura y el humor. Abundan las reflexiones intercaladas casi al pasar, pero que no pueden sino obligar al lector a detener la lectura y desviarse hacia otros horizontes, a seguir el derrotero de ideas que miran el mundo, al mismo tiempo, con amor y con horror: “La belleza”, dice el narrador, “es lo tremendo: lo que destruye las certezas”. Un narrador que sabe que nunca podrá explicarse ese mundo, pero que de todos modos seguirá intentándolo: “Si comprendemos, si accedemos de una manera a un mínimo de sentido de la vida, es sólo poéticamente”.

En sus poco más de cien páginas, este libro contiene una multitud de lecturas posibles. Hay lugar para el teatro, por supuesto, para el arte en general, el silencio, el amor, los animales, la historia argentina, la izquierda caviar, las rutas y los aviones, el hijo, la literatura, la locura. Tal vez la opción más a mano es seguir el hilo de los viajes, ya sea caminando con el padre —y, treinta y cinco años más tarde, con el hijo— por las sierras de Córdoba, manejando un Daihatsu destartalado hasta el punto en el mapa que encuentra su dedo al azar o sentado en aviones —atacado por lo que él llama el “mal de la muerte: la certeza psicológica de que el avión que va a tomar se va a precipitar a tierra irremediablemente y él ha de morir entre fierros calcinados y pasaportes destrozados”—, volando hacia los destinos a los que lo llevan sus giras de teatro.

Hacia el final, cuando sube otra montaña en la compañía silenciosa, calma, feliz, del hijo, tanto ir y venir cobra sentido. El viaje, el irse lejos, es la puesta en acto del repudio a cualquier “pertenencia al suelo, bandera, escudo o grupo”, es la meticulosa destrucción “de cualquier ley filial, de cualquier patria o estirpe”. Y no por odio o despecho, sino para poder crear, desde allí, en el viaje, un espacio de libertad, “errático y no dogmático”. Para componer, en esas distancias, “la subjetividad humana más singular posible”. Ese es, en definitiva, el legado que el narrador logra dejar a su hijo, y al lector.

 

Emilio García Wehbi, Maratonista ciego, Ediciones DocumentA/Escénicas, 2020, 156 págs.

1 Jul, 2021
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