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Es menester empezar esta reseña con elogios para la editorial. No es poca cosa para una entidad independiente embarcarse en la traducción y la edición de un libro de casi quinientas páginas, especialmente cuando el volumen en cuestión es una colección de ensayos (en rigor, un primer volumen de ensayos, lo que implica un compromiso de hacer otro volumen más adelante) sobre autores, artistas y libros que serán en gran parte nuevos para los lectores argentinos. Si bien Lydia Davis tiene un nutrido colectivo de seguidores en este país, esta publicación representa un acto de fe en que muchos de ellos estarán dispuestos a seguirla hasta las minucias de su escritura e imaginario literario. Por suerte, como todo buen seguidor de Davis sabe, con ella las minucias son siempre fundamentales.
Ensamblaje heterogéneo de ensayos escritos durante décadas para una variedad importante de publicaciones, abarcando distintos temas, pero principalmente literatura, arte y escritura (eso sí, revisados antes de esta publicación a la manera borgeana), se podría ver este tomo como una contraparte de no ficción de los Cuentos completos con que Davis ganó el Premio International Booker y, con él, reconocimiento global, pero la verdad es un poco más complicada. Aunque muchos de los textos son reconocibles como reseñas o ensayos, igual de reconocible es el estilo con que están escritos. Están la prosa cuidadosa, casi burocrática y traviesamente subversiva, la atención obsesiva a los detalles, los tics neuróticos y las alusiones aparentemente casuales a su propia vida y familia que hemos visto en su narrativa (de hecho, varios de los ensayos incluidos aquí cabrían perfectamente en una colección de sus ficciones). El efecto consiste en dejar los ensayos mucho más cerca de esa obra de lo que ocurriría en un volumen de crítica convencional.
Seguramente los textos que darán más ilusión a los fans de Davis son aquellos que investigan la evolución de su propia escritura. Es un examen sorpresivamente generoso, que no tiene miedo de exponer errores de juventud, revelar borradores o explicar sus cambiantes reacciones frente a los escritores que la han influido en todos estos años. Entre los últimos se encuentran importantes figuras como Kafka, Grace Paley o Beckett, pero también escritores poco conocidos como Russell Edson o los poetas Bob Perelman y Charles Bernstein. Una palabra clave que surge de estas lecturas es “interesante”, y el adjetivo viene a definir toda su búsqueda literaria, llegando a significar algo como lo nuevo, pero también lo profundo, lo innovador y lo contundente. Estos ensayos fueron escritos específicamente para revistas dirigidas a escritores aspirantes y hay otros todavía más didácticos, como una lista de treinta consejos para desarrollar “costumbres de buena escritura”, pero en esencia el libro es más un compendio de buenas costumbres de lectura y allí reside su valor principal. Desde las selecciones de escritores variopintos, donde gigantes canónicos (hasta Jesús figura) comparten las páginas con viejos amigos como Lucia Berlin y Michel Butor, pasando por una larga fila de escritores (y hasta un poema individual, véase el ensayo devastador sobre Anselm Hollo) que seguramente merecen más atención, hasta las interrogaciones de sus propias inclinaciones literarias y artísticas, el ojo perspicaz de Davis, acompañado por su pluma idiosincrática, parece destinado a ser fuente de disfrute, iluminación e inspiración para muchos lectores de este hemisferio.
Lydia Davis, Ensayos I, traducción de Eleonora González Capria, Eterna Cadencia, 2021, 496 págs.
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