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Según sus “Palabras preliminares”, Una semana en Malvinas, de Nicolás Scheines, no es una guía de viajes; tampoco es investigación, ni periodística ni académica; no es historia, ficción, ensayo o filosofía. ¿Qué es? La crónica de un viaje a un lugar del que “ignoramos casi todo”. Además de definir el objeto, el relato construye un tipo de enunciación: el sujeto que narra es un escritor, reconocido como tal antes de iniciar el viaje, todavía en Río Gallegos, por otro pasajero que lo escucha hablar. ¿Por qué a este escritor no le alcanza su oficio (“Voy a conocer de qué se trata esa palabra [‘Malvinas’] sobre la que leí y escribí demasiado ya”) y tiene que poner el cuerpo en el territorio para poder narrarlo? Quizás porque mientras el conflicto permanece, los públicos varían y exigen nuevos relatos compuestos desde nuevas posiciones.
En 1982, Fogwill era capaz de imaginar la guerra mientras transcurría, porque los relatos oficiales eran imaginarios y falsos. En la actualidad, en cambio, con toda la información disponible en Internet (herramienta a la que recurre el narrador de esta crónica muchas veces), parece necesario construir una verdad alternativa, que mediante el testimonio ratifica que una vez allí nada es como se había imaginado. Scheines les habla a sus pares, los nacidos después de la guerra, a quienes considera indiferentes, o ignorantes, sobre la situación de las islas, pero también con anhelo de saber más, como Carolina, nacida un 2 de abril, que hace el viaje para festejar sus quince años y así cumplir su sueño.
Entre el frío, la mirada casi siempre hostil de los isleños y la falta de entretenimientos turísticos, las islas no parecen ofrecer material para una crónica. Sin embargo, el escritor mira, vive, siente, comparte y logra hacernos pasar una semana de aventura. Desde la llegada a la base militar británica de Mount Pleasant y la prohibición de tomar fotografías que los argentinos, por supuesto, no tienen en cuenta, hasta los paseos por Stanley, la única ciudad, donde los isleños no se dejan ver, aunque vigilan a los visitantes que todo el tiempo deben medir cuánto y hasta dónde acercarse. Desde las reflexiones en las visitas a los cementerios, la conferencia de un argentino experto en derecho internacional, la visita a la pingüinera y al faro, el contacto con los inmigrantes de otras colonias británicas, hasta la lectura del editorial del Penguin News antes del regreso.
El centro de la aventura es la visita al museo, porque es allí donde, como en todo testimonio, el escritor asume una posición: “comprendí por qué el diálogo es imposible entre las personas nacidas antes de 1982, y tiene que ser encarado por nosotros, los que nacimos después de ese año, que vivimos esa experiencia sólo a través del relato […] quienes fueron parte no pueden ser jueces”. Scheines suma a lo que llama el “significante Malvinas”, lleno de política, historia y geografía, el tiempo de la generación, y encuentra en esa coincidencia temporal tanto objetividad como uniformidad. La apuesta invita a la discusión.
Nicolás Scheines, Una semana en Malvinas. Crónica de unas islas (casi) desconocidas, OyD Ediciones, 2020, 256 págs.
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