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Gracias al buen gusto demostrado por Martín Scorsese en los siete capítulos de su documental Supongamos que Nueva York es una ciudad (2021), muchos descubrimos a Fran Lebowitz, una autora salida de la cantera de los grandes humoristas judíos neoyorquinos, tan apreciados entre nosotros. Y el libro recién publicado, Un día cualquiera en Nueva York, recopila las columnas que escribió para la revista Interview de su compinche Andy Warhol, para Mademoiselle y la Vogue británica, donde afiló una pluma capaz de unir lo trivial con lo trascendental como pocas, bajo la sombra tutelar de Oscar Wilde.
Pocas veces un espíritu de época se conjuga con el horizonte de expectativas de los lectores futuros. Es el caso de estos textos producidos al calor de la década del ochenta, cuando la gentrificación avanzaba en los barrios de esta gran urbe renombrándolos, para delicia de la tilinguería de turno, y el diseño de indumentaria se convertía en la niña mimada de la sociedad neoyorquina.
Pero no son estos los únicos blancos de sus ironías, esa figura retórica con que se dedica a criticar, por el absurdo, a una lista bastante colmada de personajes y situaciones que la sacan de quicio: la ciudad y los perros, pero sobre todo sus dueños; la desidia de las tintorerías de Nueva York; la comida gourmet; esa zona gris donde habitan personajes ligados al mundo del arte como editores, agentes, fotógrafos de moda y sus jóvenes acompañantes; los agentes inmobiliarios; la ciudad de Los Angeles, “capital nacional del mal gusto”, y todas las formas que asume el sentido común como el consumo de noticias, que la llevan a añorar la Antigüedad griega y su costumbre de matar al mensajero.
Hay una escena de escritura que la foto de tapa de Annie Leibovitz sintetiza magistralmente: en la cama, hasta pasado el mediodía, con varias cajas de cigarrillos, el teléfono sonando y el correo diario con las principales revistas, la escena lebowitziana con la que construye la figura del bicho periodístico neoyorquino.
Y variados son los blancos de su jocosa misantropía: el expresionismo abstracto; las expectativas paternas frente al futuro de sus herederos; la bella Italia y sus caóticos habitantes; los artistas del SoHo o la movida gay alrededor del activo movimiento artístico neoyorquino. Pero no sólo en la crítica de las costumbres demuestra ser una gran narradora: sus especulaciones sobre cualquier dato de la realidad (la fuente de la que surgen las cosas más inverosímiles, convengamos), como la exorbitante factura de teléfono recibida o una imaginaria huelga de escritores cuya única actividad es quejarse por no poder escribir, junto con todo tipo de tablas comparativas, alcanzan momentos surrealistas, como los consejos sobre las mejores formas de conseguir un marido indigente o adelgazar mediante una dieta a base de estrés.
Como una verdadera asesina de la doxa, la Lebowitz logra bajarle el precio a cualquier idea preconcebida y a todo lo que hoy conocemos como corrección política. Una idea con la que esta inteligentísima escritora hoy se haría un festín.
Fran Lebowitz, Un día cualquiera en Nueva York, traducción de José Luis Guarner y Alberto Cardín, Tusquets, 2021, 368 págs.
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