LITERATURA ARGENTINA

Con El viaje, la obra de la poeta Elena Anníbali amplía su espectro. El campo de referencia urbano desplaza a la escena rural, y si lo bucólico reaparece es como recuerdo, reminiscencia, irrupción de retorno. Esto no sólo se percibe por el espacio semántico en que se recogen las experiencias, sino coetáneamente por el tono, que se descarna y se circunscribe a una inmediatez seca, coloquial por momentos. La voz, entonces, se torna lírica gracias a la intensidad de lo dicho, como ocurre desde el primer poema, en el que se nos describe, con un ritmo tan exquisito como eficaz, el funcionamiento de un test de seguridad vial: “si el conductor, en cambio, / atropella al alce, y el alce / muere, su espíritu / entra en el cuerpo del conductor / para, definitivamente, / hacer derrapar al vehículo / en un vuelo insólito / inacabable, en el que / el tiempo se retuerce / sobre el tiempo y / todos mueren”.

A la vez, la voz no se circunscribe al yo, sino que en ocasiones actúa desde la segunda persona y también desde el personaje-máscara, tejiendo así una serie en diálogo dentro de la cual el equilibrio de las historias reside en la emotividad que las une. La pérdida, el paso del tiempo, el desconocimiento de uno mismo y de los otros, la fatalidad de la muerte continúan siendo las preocupaciones de esta poética, sólo que el abordaje, como dijimos, queda sometido a los tiempos de la ciudad, y el gesto lírico se convierte en este tajo a la saturación de los sentidos que lo urbano impone. Así se nos presentan poemas como el traslado en coche de una madre que flaquea en su memoria, o el hiato que se da entre la poeta y su hijo, que es mirado como un desconocido: “soy una reina de todo / lo que no se ve, y el niño / —también él— bucea en una / inédita oscuridad: yo no / lo conozco, mi cuerpo lo arrojó, / un día, al mundo, / y desde entonces, una sincronicidad / adversa nos trabaja, alejándonos, salvo / en los escasos momentos de ternura / toco su pelo, lo miro, es”.

Más allá de que el encabalgamiento y la expansión sonora persistan como elementos discernibles, la música de estos versos, ante la nitidez y la contundencia de sus frases, pareciera quedar retirada a un segundo plano, y la percibimos como el agua transparente que envuelve y cursa el lecho de la voz. Escuchemos: “nadie dice, todos / diligentes, llenando / los tanques, mirando / el vibrato del sol / afantasmando las rutas / el eco / de los precipicios / en los huesitos / la ardiente vegetación”. Y también: “sentada en un banco de cemento, hago / la gran pregunta: ¿estás ahí? una nada / un silencio profundo me responde, cortado / aquí y allá por los colectivos, los jóvenes / estudiantes, hermosos e ingrávidos, / que pasan evocando una risa en la boca / que ya perdí / ¿estás ahí? en voz baja, pregunto”.

A modo de coda, el libro incluye la sección Leyendo a Juanele, en la que siete poemas trabajan a partir de sendas abiertas por el poeta entrerriano. Dos de ellos, en los que se invoca a Neferet (legendaria figura egipcia), retoman el trato con seres féericos que Ortiz realiza con las hadas, las dríades y otras presencias advertidas en el paisaje. Los siguientes tres conforman un tríptico en el que se visita la intimidad doméstica y amorosa de la poesía china que tanto influyera al autor de En el aura del sauce, y el sexto conversa con la levedad y la devoción oriental, tamizada por la plegaria de Occidente. El último, un largo texto en el que el ritmo se dilata a la par que el tono, dedicado al movimiento de mujeres, se inscribe y comulga con la militancia visceral de poemas como “Gualeguay” o “Las colinas”. De modo que esta expedición estética se enlaza a la sensación de viaje móvil-inmóvil que la primera sección del libro genera.

 

Elena Anníbali, El viaje, Salta el Pez Ediciones, 2021, 42 págs.

30 Sep, 2021
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