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La particularidad más llamativa del reciente premio de la Fundación Vairoletto (la obra de Franco Vico ganadora del Premio Faena a las Artes que redundó en una selección-premio de veinticinco proyectos) no proviene del género trillado de las instituciones ficticias, ni de la combinación ingrata de herramientas de comunicación de alto impacto y piezas de formato medio desparramadas en un espacio de exhibición. Lo que convierte el premio en una noticia significativa es la presencia de mucha gente involucrada en el ensamblaje ficcional ideado por Vico. Con muy pocas ideas y suficientes recursos, puso a trabajar a un jurado compuesto por críticos y artistas, convocó a una curadora (Lucrecia Palacios) y entre todos seleccionaron a veinticinco personas o grupos, más capaces de generar compasión que escándalo. Pero la empresa ideológica de Vico nunca dudó de su factibilidad y hasta pudo contratar defensores para su sainete basado en la justicia y la “redistribución”.
Es sorprendente que en el ambiente de las hasta hace poco llamadas “industrias creativas” resulte tan fácil agrupar el talento intelectual y convocar a la juventud a responder a una consigna ajena, con la alegría sin tema y sin porvenir de un conjunto de moscas que bailotea en una cocina en penumbras. Sin juzgar a Palacios ni a los miembros del jurado por sus elecciones (doblemente limitadas por la oferta de proyectos y la lógica del trabajo por encargo), queda en el aire una marca de época: la sensación de que el trabajo intelectual joven resulta relativamente barato, poco proclive a tomar consistencia por sí mismo y simultáneamente susceptible de ser instrumentalizado por la vía del encargo y la organización de cuadros de forma instantánea.
En la ternura bobalicona de la mayoría de los proyectos elegidos y en el montaje precario y tierno de una exhibición que se pretende ruidosa, Vico ofrece involuntariamente un diagnóstico de la juventud como levadura fértil para cualquier franquicia corporativa con capacidad de repartir ideas y trabajos de medio tiempo. El artista que diseña fantochadas o parodias de instituciones no es un personaje nuevo y por sí mismo no despierta curiosidad. Pero la pregunta que nadie parece hacerse es qué es, exactamente, lo que Franco Vico está parodiando.
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