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Después de una época en la que la escritura de poesía ha estado fuertemente ligada a la autobiografía y a una forma de decir “yo” despojada de sensibilidad, Alicia Genovese prefigura un horizonte diferente tanto para leer como para reflexionar sobre la escritura. Durante años, se ha identificado al yo poético en nuestro país con una figura que dispone de una lengua referencial, hablamos de un tono testimonial que gana en claridad por momentos, pero pierde en intensidad al estar enmarcado en una suerte de objetivismo o de realismo urbano con una atención exacerbada a la descripción de lo que nos rodea.
Por el contrario, aquí, y ahora, la emoción atraviesa los procesos de escritura y es un efecto quizá reflejo de lo dicho anteriormente. Lo sensible, lo íntimo, lo sentimental son instrumentos de los que nos valemos para dibujar un mapa en el que podamos reunir voces de escritores y escritoras contemporáneas de nuestro país que comparten una tonalidad diferente a la mencionada en el primer párrafo: Claudia Masín, Franco Rivero, Tom Maver, Paula Jiménez, Laura García del Castaño, Andi Nachón, Beatriz Vignoli, entre otros y otras. Cada uno y cada una pueden ser parte de una lista abierta porque hay nombres que se podrían ir sumando con el tiempo y todavía no se han registrado. Lo que de un modo u otro se recupera en relación con décadas pasadas es una subjetividad sensible en la cual las emociones en su plenitud son un puente con el que nos conectamos con los y las demás.
Genovese ya ha abordado, en otros ensayos, inquietudes acerca de cómo leer un poema, cómo encontrar y construir un correlato entre lo que se escribe y lo que se lee en una época y el entorno histórico en el que nos hallamos —por ejemplo, en Leer poesía. Lo leve lo grave lo opaco, publicado en 2011— y ha trabajado con un discurso de la crítica entendido como un criterio, una búsqueda genuina a partir de preguntas anilladas en un trabajo continuo y responsable de lectura donde se visibilizan voces invisibilizadas durante años. En este nuevo libro, el recorrido se demora en señalamientos cuidados y precisos de obras como las de José Watanabe, Francisco Madariaga, John Keats, Marosa Di Giorgio, Anaximandro, Olga Orozco, Denise Levertov, Maurice Merleau-Ponty, Gilles Deleuze, Spinoza, Rimbaud, Byung-Chul Han, Seamus Heaney o Yves Bonnefoy. La composición sensible y desde la emoción de un poema es abierta, nace de las vivencias más entrañables e implica la captación de la escucha y de la mirada de quienes estarían a nuestro alrededor, así se invita a cada destinatario a una pausa y a un encuentro congelado en el tiempo en el que la palabra poética se desborda como una creciente, para terminar en el efecto de representarnos en nuestra propia fragilidad y nuestra propia oscuridad.
La poesía argentina tiene hoy un alcance que hasta hace poco no existía, y si existía no circulaba, y si circulaba lo hacía por lugares subterráneos. Es en la imposibilidad de transmitir una experiencia, de enunciar lo indecible, del sentimiento de habitar en soledad una suerte de isla en el corazón de la intemperie, por paradójico que suene, donde subyace la posibilidad de conmovernos, de emocionarnos abiertamente. Y desde allí establecer una conexión con el mundo y resolver esa angustia recurrente de creer que a lo largo de nuestras vidas estaríamos completamente solos y solas en el universo.
Alicia Genovese, Sobre la emoción en el poema, Cuadro de Tiza, 2019, 32 págs.
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