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Antes que sistema o doctrina, la obra de Wittgenstein parece un ejercicio contra la deshonestidad lingüística. Pero, si bien descartó que la ética pudiera enseñarse, si afirmó que las formas de vida sólo existían como juegos de lenguaje, Wittgenstein sólo podía expresar su inflexible búsqueda de coherencia entre pensamiento y cotidianidad en un espacio paralelo al de sus inflexibles cuadernos. Sin embargo, entre el Wittgenstein de las investigaciones filosóficas y el de las notas sobre el color, la fotografía, el cine, la religión o las relaciones íntimas –entre el mostrar y el verse– media siempre el ¿cómo vivir?, la pregunta por excelencia del diarista.
9/7/04 22.00 hs. Un diario íntimo lo hace la caligrafía. La pluma, el color de la tinta, el tamaño del cuaderno. El diario cuenta lo que no se puede o no se sabe contar en otra parte, y se vale de una trama dada: el día siguiente va a ocurrir. Ejercicio misántropo contra la pérdida de asombro, se corre al diario a revalidar las noticias personales, a ensayar el gusto, a reencontrarse con la propia sombra o con los muertos venerados. El diario consigna las distracciones de un destino, lo vivido dos veces y las vocaciones vicarias. La cueva donde fingirse otro: Pessoa haciéndole escribir su diario a uno de sus heterónimos; Wittgenstein regalando el desasosiego de una fortuna heredada. La contraseña del diario se calla en el blanco entre una frase y la siguiente. Sin una continuidad ostensible, cada oración conserva su incandescencia, su temperatura original. Diario: pereza que se niega a escribir lo otro, la obra. Franja limítrofe entre vida y literatura que iguala estilos y no se juzga por “calidad literaria”. En su estado edénico, no presupone fecha de entrega ni publicación. Un género tan amplio que es como decir novela (y una novela es entre otras cosas el diario de su avance). Zona que incluye practicantes ocasionales, reincidentes o crónicos, solistas clásicos –Sei Shônagon, Pepys, Léautaud, Kafka, Woolf– y prototipos variables: Renard, Torga, Hohl, Handke, Jaccottet. En todos sobrevuelan dos tópicos insalvables: el tiempo y la edad. Género por derecho propio, bien diferenciado del epistolar, la autobiografía y las memorias, el diario íntimo ya ha sido canonizado como materia optativa en facultades anglosajonas. (En la Argentina, en cambio, los dividendos de la primera persona se han visto arrebatados por los progresivos desembarcos de confesores católicos, analistas freudianos y cirujanos plásticos.) Diario: práctica epicúrea, provincial, molecular, cuya naturaleza es lo abierto, lo inconcluso. A la que un Wittgenstein le impuso rigor de asceta. Si un diario no codicia la literatura, el austríaco prueba que sí puede devenir filosofía.
8/7/04 14.15 hs. Ludwig Wittgenstein estrena su primer diario en 1906, a los 17 años, estudiante de ingeniería en Berlín. A partir de allí, lo adopta como modus operandi inmejorable para su carácter presocrático: el fragmento como método de trabajo. La apropiación de un formato y un ritmo –la anotación, la secuencia– propios del diario. Fascinado por los mecanismos, LW encuentra en el diario una matriz, un medio práctico de provocar y apuntar ocasiones filosóficas. Pero ¿es cuaderno sinónimo de diario? Los de Wittgenstein no sólo cumplen con muchas de las cláusulas del género sino que el reclamo del diario –cómo vivir, cómo vivir mejor– ilumina y es punta de lanza de su pensamiento. Devoto de San Agustín, para LW la filosofía comienza con una confesión: “Si no estás con ánimo de conocerte, tu escritura es una forma de engaño […] No se puede pensar decentemente si uno no quiere lastimarse”. Numerosas son las conexiones entre lo que se juega en un diario íntimo y la reflexión filosófica de LW. Límite donde tropiezan realidad privada y pública, es en el diario donde estos polos litigan, se acoplan y avanzan juntos. De hecho, para el vienés no debía haber el menor hiato entre vida y obra. Filosofía y temperamento, un único camino: “El trabajo en filosofía es más bien el trabajo en uno […] Casi todos mis escritos son conversaciones privadas conmigo mismo”. El biógrafo seminal de LW, Ray Monk –un monje retrata a otro– explica que es ciertamente la superación de sí mismo lo que para Wittgenstein haría innecesario el filosofar. Autor asimismo de una vida de Russell –primer maestro de LW–, Monk articula filosofía y vida desde otro ángulo de ataque: “Aparecen cuestiones filosóficas en el género de la biografía. Sobre todo, qué es comprender a otra persona y por qué esto nunca puede ser una ciencia. Hay un notable escepticismo con respecto a la biografía, sobre todo el de aquellos que afirman ‘el biógrafo intenta algo que es imposible, ingresar en la mente de otra persona’”. En 1929, LW pensó en una autobiografía, en describirse sin exégesis ni alegatos, pero abandonó el proyecto de inmediato: “No puedo componer una biografía en un plano más alto que aquel en que existo”.
8/7/04 18.15 hs. De los ochenta cuadernos de LW que sobrevivieron, la gran mayoría sigue el mismo diseño. En las páginas de la izquierda, fechado, el diario personal, muchas veces en código. En las de la derecha, numerado, el más evidentemente filosófico. Una lectura de cerca revela que entre uno y otro el desplazamiento no es de tono, ritmo o procedimiento sino tan sólo temático: del cuerpo a la lógica, del cine a la gramática. A mano, en inglés o alemán. Un diario no se tipea. ¿Se puede tipear un libro de filosofía? Para LW ésta era la última fase después de interminables mudanzas, montajes y dictados de un cuaderno a otro. El primer diario que se conoce de LW son los Diarios secretos (1914-16) –simultáneos del Diario filosófico– silenciados durante décadas por sus albaceas. Se trata de las notas que emprendió hace exactamente noventa años, a la edad de 25, en agosto de 1914. Primera Guerra Mundial. LW a cargo del reflector de un barco patrullero para orientar su navegación por el río Vístula, asistir en caso de rescates nocturnos o encandilar soldados rusos en las orillas. Un puesto paradigmático: el encargado de echar luz ocupa la posición más vulnerable, el blanco más fácil. Su breviario bélico ficha la banalidad de sus camaradas y las recaídas en el onanismo (el célibe no borra las infidelidades que comete contra sí): “Nada hay tan difícil como no traicionarse a uno mismo”. De paso, agradece la oportunidad que le brinda el tête-à-tête con la muerte de aspirar a la decencia. La guerra como curso de autoayuda. Los partes del frente, órdenes frente a un espejo. “Se debe estar preparado para aprender algo totalmente nuevo.” Cuando mejor trabaja es cuando está pelando papas: “Para mí es lo mismo que para Spinoza el pulir lentes”. Viajar a otra parte y estar en otra cosa para poder filosofar: salvoconducto de LW. De allí su paso por oficios insospechados: constructor de barriletes, maestro de escuela, jardinero de convento.
9/7/04 00.15 hs. LW trasplantó un molde y respetó a rajatabla la presión del instante propia del diario. “Es como si no hubiera nada almacenado en mí: casi hay que producirlo todo en el momento.” Las notas se detienen antes del aforismo. Wittgenstein admira este género, pero toma distancia de Lichtenberg y Kraus. Por su naturaleza clandestina, el diario planea sobre el gran desvelo de LW y traza su programa decisivo: decir o callar. Estudiar del lenguaje todo el repertorio de jugadas, incluido lo que no se puede decir y sólo se puede mostrar. Pensamiento y enunciado; lenguaje y realidad. Según LW, la manera de hablar –dentro y fuera de la obra– trasluce invariablemente una manera de ser: “Si se vive de otro modo, entonces se habla de otro modo. Con una nueva vida se aprenden nuevos juegos de lenguaje”. La idea base de un protojesuita que no empezó a hablar hasta los cuatro años: el filósofo no tiene nada que decir sino algo para mostrar. Y el eje subterráneo, acaso central de este asunto, es para LW indagar la cuestión de los colores y lo visible. Motivo presente en todas sus libretas y cristalizado en sus Observaciones sobre los colores, que diseccionan el color como fenómeno psíquico, su aprendizaje, usos y prejuicios. Como lo revela Monk, así como una proposición –una frase– retrata lógicamente, un dibujo o pintura retrata pictóricamente. Huésped vitalicio de sus alumnos, esta vez Wittgenstein invita: “Imagínense a un pueblo ciego al color o a un solo color”. Y en otra ocasión: “Imagínense a alguien que señala un lugar en el iris de un ojo rembrandtiano y dice: ‘Las paredes de mi cuarto deberían pintarse de este color’”. Como siempre en LW, las premisas se retoman en otro lado. En sus Investigaciones filosóficas anota: “Para explicar la palabra ‘rojo’, ¿se podría señalar algo no rojo?”.
10/7/04 12.00 hs. Para sondear en el color y lo visible con parejas dosis de intuición y rigor, sería pertinente y fructífero desviarse hacia otro autoexiliado y aficionado a la sinestesia, el novelista y ensayista John Berger. En su correspondencia con el artista inglés John Christie, Berger busca, por ejemplo, definir el rojo de Caravaggio: “El rojo cuyo padre es el cuchillo”. O arriesga: “El amarillo que pintaste es como un nombre que le diste a la luz”. LW les escribía a sus hermanas. Berger se cartea con su hija –primera persona postal haciendo obra– acerca de Tiziano y de cómo estudiarlo: “Observá cómo oye o husmea un animal: no centra la atención en un único foco sino que escanea toda un área”. En otro volumen, Berger aborda la obra de un pintor contemporáneo que lleva diarios y los publica, el mallorquín Miquel Barceló: “Cuando un cuadro se transforma en un lugar, existe una posibilidad de que la cara de lo que el pintor busca se muestre allí”. Y el diario, ¿no busca crear un espacio para que surja una ausencia, la primera persona del singular?
En efecto, las afinidades de Wittgenstein y Barceló son diversas y alumbran; ratifican las percepciones del austríaco acerca de los mutuos contagios entre arte y filosofía. También Barceló tantea geografías para refundarse, en su caso África: “La luz en el desierto es tan intensa que las cosas desaparecen, la sombra tiene más intensidad que la cosa misma… El color casi se corroe por la luz”. También en Barceló vida y obra resuelven ser una: “Sepas pintor, que la materia de tu trabajo es tu vida y que, como el yeso, hay que utilizarlo mientras esté fresco y tibio, a manos llenas”. Y no es ajeno a Barceló el careo entre decir y mostrar: “En eso se parecen la pintura y los toros, en la verborrea que los acompaña, como si su propio silencio fuera tan insoportable que necesitaran pasodobles y páginas infinitas. Exorcismos de deslumbramiento. Al fin y al cabo, el ejercicio es sencillo, como un pájaro comiendo hormigas en un cráneo”. Justamente, Barceló lleva un diario para restarle retórica a su obra: “Escribo demasiado, todas estas sandeces para ahorrárselas a mi pintura”. Wittgenstein aplicaba técnicas no muy distintas en puntos extremos y despoblados de Irlanda y Noruega. El diario de viaje como cuaderno filosófico. Viajar para poder pensar. Filosofía y paisaje. A su hermana Helene: “No encontraría la zona atractiva si los colores no fueran con frecuencia tan maravillosos”. En el prólogo a las Investigaciones ya advertía que las notas “son como un conjunto de bosquejos de paisajes”. Y define el libro como un álbum y a sí mismo como un “torpe dibujante”. (Cuando diseñó y construyó una casa para otra de sus hermanas, sin duda LW estaba proponiendo una vida y sus instrucciones de uso.)
11/7/04 02.00 hs. Espectador de westerns, musicales y comedias, LW se sentaba adelante para dejarse inundar por las imágenes. Creía que nunca se realizaría una buena película inglesa; al decir de Monk, veía tal cosa como “una imposibilidad lógica”. Entretanto, el cine le proporcionaba pretextos para ilustrar los saltos del decir al mostrar o para repensar el color. “En el cine a veces se pueden ver los sucesos de la película como si estuvieran detrás de la pantalla y como si ésta fuera transparente, algo así como una vitrina. El vidrio estaría quitándole su color a las cosas y dejando pasar sólo el blanco, el gris y el negro”. Con lo que otro habría hecho un potaje promiscuo, LW hace una fusión de cine y música, y desanuda: “Puedo imaginarme una parte emocionante de una película acompañada por la música de Beethoven o de Schubert y que la película me permita adquirir una especie de comprensión musical”. Brahms le da la clave para la aleación que faltaba, música y color: “Sus temas son en blanco y negro, como los de Brückner son en color”. La música –modo de mostrar auditivamente– escondía para LW una página secreta. En su diario de 1930 apunta: “Lo máximo que me gustaría conseguir sería componer una melodía. O me extraña que teniendo ese anhelo nunca se me haya ocurrido una. Esta idea me ronda la cabeza como un ideal tan alto, porque entonces casi podría sintetizar mi vida”. La fotografía, otra de “las artes del mostrar” que LW examinó, guardaba para él una proximidad velada con la filosofía, ambas en busca de claridad. “La fotografía, que pretende servir al recuerdo, lo hace en realidad superfluo.” Para LW –que las coleccionaba en libretas, a veces recortadas y reencuadradas, siempre atento a la secuencia– una foto debía ser lo más simple posible y desempeñar una tarea idéntica a la del filósofo: describir. En la sistemática intemperie que enseña el diario íntimo, Ludwig Wittgenstein le tomó incontables instantáneas al lenguaje y recorrió solo y descalzo las arenas insoladas y los gélidos lagos de misteriosas materias. Su sombra es larga y luminosa. Hablar de filosofía o estética después de 1951 –para recurrir a uno de sus símiles dilectos– se parece a jugar al ajedrez sin rey.
Imágenes [en la edición impresa]. Sherrie Levine, Loulou (2004), bronce (30,5 x 20,3 x 15,2 cm), p. 56; After Rodchenko (1987-1998), fotografía (20,3 x 15,2 cm) con marco (73,7 x 63,5 x 3,2 cm), p. 59. Cortesía Galería Paula Cooper, Nueva York.
Lecturas. De Wittgenstein: Diarios secretos (Madrid, Alianza, 1991); Movimientos del pensar. Diarios (1930-32, 36-37) (Valencia, Pre-Textos, 2000); Observaciones sobre los colores (Barcelona, Paidós, 1995); Diario filosófico (1914-16) (Barcelona, Planeta Agostini, 1986); Investigaciones filosóficas (México, UNAM, 1988); Estética, psicoanálisis y religión (Buenos Aires, Sudamericana, 1976). Sobre Wittgenstein: Ray Monk, Ludwig Wittgenstein (Londres, Vintage, 1991); Richard Wall, Wittgenstein in Ireland (Londres, Reaktion Books, 2000); John Gibson y Wolfgang Huemer (eds.), Literary Wittgenstein (Londres, Routledge, 2004). Las citas de John Berger pertenecen a Te mando este rojo cadmio (con John Christie, Barcelona, Actar, 2000), Titian (con Katya Berger Andreadakis, Munich, Prestel, 1996) y The shape of a pocket (Londres, Bloomsbury, 2001). Las de Miquel Barceló, a MB 1987-97 (Barcelona, Actar, 1998) y Mapamundi (París, Maeght, 2002).
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