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Leandro Losada, Historia de las elites en la Argentina. Desde la conquista hasta el surgimiento del peronismo, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, 288 págs.
Este libro se propone la ambiciosa e interesante tarea de efectuar una visión de largo plazo de las elites argentinas. A través de cinco capítulos, analiza desde el origen de su conformación, con la llegada de los conquistadores españoles, hasta su decadencia durante el advenimiento de la sociedad de masas a fines de los años treinta y comienzos de los cuarenta. Como explica el autor en la introducción, es un trabajo de síntesis y perspectiva basado en los aportes realizados por la historiografía.
En este contexto de producción, uno de los principales méritos de la obra es el intento de alejarse de aquellas versiones estereotipadas y simplistas que han nutrido en buena medida el sentido común y que perciben a la clase alta de una manera compacta y sin fisuras. Basándose en una exhaustiva lectura de la producción historiográfica, así como en la relectura de textos clásicos, Losada intenta presentar un análisis abarcador e integral de las elites que, aunque obviamente desparejo por la envergadura del período analizado, le permite ofrecer un amplio panorama de los diversos niveles de actuación y pertenencia de estos grupos. Así, despliega sus prácticas en los ámbitos económico, social, cultural y político, sin perder de vista el plano simbólico, y también avanza sobre las diferencias y similitudes entre las elites de las distintas regiones del país. Tales formas de abordar el fenómeno le permiten estructurar una imagen sumamente matizada y dinámica de estos grupos y, además, mostrar de qué manera los cambios estructurales los fueron modificando y reacomodando en relación con el contexto que les había tocado vivir en el pasado.
El primer capítulo, “Las elites en tiempos coloniales”, describe las primeras generaciones conformadas al arribo de los españoles, su lento crecimiento durante la Colonia y el más rápido acaecido en las tres décadas de vida del Virreinato. De manera precisa, Losada presta atención tanto a los capitales sociales y simbólicos (estructura familiar y relaciones de parentesco) como a la sociabilidad y los estilos de vida. Expone las diferencias que se van produciendo en el interior del territorio y en la ciudad de Buenos Aires y cómo, a medida que avanza el proceso histórico, la elite porteña va ocupando un lugar cada vez más importante en el conjunto de los grupos altos, especialmente cuando cambia el estatus de la ciudad al convertirse en capital del Virreinato.
En el segundo capítulo se aborda la profunda transformación sufrida por la sociedad posrevolucionaria, en el momento en que se desarticula la elite española y aparece una elite política criolla. Paralelamente, se produce un proceso de movilidad que permite la entrada en la sociedad a individuos de orígenes modestos, que pueden ascender gracias fundamentalmente a la carrera militar. Si en el primer momento posterior a la revolución predominan las elites urbanas, a partir de 1820 se produce una ruralización social como consecuencia del declive del poder central y la profunda raigambre de los caudillos locales y provinciales entre los sectores populares, hecho que les otorga poder y prestigio. Otro factor no menos importante de transformación de las elites en este período fue la reconfiguración espacial de la economía generada por la desarticulación del espacio mercantil virreinal.
Tanto en el tercer capítulo, que abarca el proceso de organización nacional y lo que ha dado en llamarse “formación de la Argentina moderna” (1852-1910), como en el quinto (“Las elites en la Argentina de entreguerras”), el relato alcanza su punto más interesante: Losada se mueve con mayor soltura, sin duda porque el estudio de las elites entre 1880 y 1930 fue el tema de investigación de su tesis doctoral. Aquí cuestiona la visión común que interpretaba a la elite argentina como una oligarquía con pocos matices y que ejercía un amplio y casi absoluto dominio en los ámbitos económico, político y social. La imagen que se desprende de estos capítulos es la de una elite que, si bien está fuertemente cohesionada, también es mucho más compleja, más diversificada en sus actividades económicas y se encuentra cruzada por conflictos y contradicciones, especialmente en los momentos de crisis.
La hipótesis central es que hacia 1880 se habría plasmado la clase alta argentina a partir de un proceso de fusión en el que confluyeron tres líneas: una elite de grandes propietarios de origen colonial, un grupo de inmigrantes europeos que hicieron rápida fortuna durante el siglo XIX, y una elite social y económica compuesta por importantes familias del interior del país que alcanzaron en esos años un enorme poder político gracias a la influencia ejercida por la Liga de Gobernadores en el gobierno nacional. A partir de la cohesión de estas tres líneas y de los cambios estructurales (por ejemplo, la movilidad social), la elite se va a diferenciar de sus predecesoras cerrando sus fronteras al ingreso de otros sectores en ascenso. Este rasgo se percibe claramente en una tendencia endogámica que derivó en el cierre matrimonial de sus miembros.
Ahora bien, Losada se pregunta con pertinencia si este cierre es una demostración de fuerza y poder o, por el contrario, un rasgo de debilidad y pérdida de centralidad. Y la respuesta apunta a que, en cierto modo, la endogamia y el hermetismo que la elite practica a partir del Centenario estarían demostrando el inevitable declive que esta comenzaba a transitar en el mismo momento del auge de su poder. Tal vez la mejor imagen en este sentido la represente el temor de la clase alta, no tanto a la aparición de nuevos ricos, como a la irrupción del plebeyismo político que surge en la escena pública con el ascenso del radicalismo al gobierno (en particular, importa el personalismo yrigoyenista), luego de la sanción del sufragio universal (masculino), secreto y obligatorio que le quitó a la oligarquía el monopolio del poder político.
En el último párrafo del libro, Losada señala que con la irrupción del peronismo y la sociedad de masas se asentó un fenómeno que contrastaría con el poder y el prestigio de la vieja elite en decadencia. Es por eso que, a su juicio, habría sido exagerado el rol que el discurso peronista adjudicó a la vieja oligarquía, teniendo en cuenta su proceso de decadencia. Esta opinión debería matizarse. Si bien es cierto que el discurso peronista tendía a describir una oligarquía culpable de todos los males y a exagerar defectos ajenos y virtudes propias, habría que tener en cuenta el rol desempeñado por las elites en el derrocamiento de sucesivos gobiernos elegidos democráticamente. Desde este punto de vista, tengo la impresión de que las elites, aun en su etapa declinante, conservaron una cuota de poder realmente notable. Pero creo que para apreciar mejor este rasgo Losada debería haber atendido al papel que dentro de las elites comienza a desempeñar en los años treinta la irrupción de la alta oficialidad del ejército como factor de poder político.
Una cuestión problemática de este interesante trabajo radica en el uso del concepto de elite, un concepto proveniente de las ciencias políticas que el autor elige basándose en las elaboraciones de Caetano Mosca y Wilfredo Pareto. Le parece pertinente pues le permite pensar, por un lado, el poder político sin una subordinación directa a la esfera de lo económico y, por otro, la existencia de tantas elites como dimensiones de la sociedad: elites políticas, económicas, intelectuales, sociales. Aunque es cierto que utilizarlo le posibilita ampliar y matizar la estructura de las clases altas, parece cuanto menos reduccionista preferirlo al concepto marxista de clase (en este caso, clase dominante), porque este plantea que las bases de dominación social son esencialmente económicas y no políticas; en palabras del autor, “la clase es un actor colectivo con conciencia de sí mismo cuyo carácter dominante descansa fundamentalmente en su relación de propiedad con los medios de producción (dimensión económica)” (p. 9). Esta interpretación del concepto marxista de clase es no sólo simplificadora sino también esquemática, puesto que, teniendo únicamente en cuenta la mirada marxista más estructuralista y economicista, no presta atención a interpretaciones más matizadas provenientes del campo de la historia cultural y social (E.P. Thompson) o de la crítica literaria (Raymond Williams). La perspectiva que dan estas resulta interesante por dos motivos; por un lado, el poder de las elites o las clases dominantes es entendido a partir de una imbricación de las esferas de actuación tanto económica como política, social, cultural y simbólica; por otro, las relaciones entre las elites y el pueblo o las clases trabajadoras son ubicadas en un campo de tensión permanente. Precisamente, se extraña en este libro una veta de análisis que tenga en cuenta las tensiones entre las clases altas argentinas y el campo popular.
Imágenes [en la edición impresa]. Eduardo Navarro, Ford Mama y ReadDrive-Go to Jail (2008), dibujos en lápiz sobre hoja A4.
Lecturas. En relación con el tema del libro que se reseña aquí, el período 1880-1930 fue investigado por el autor en su reciente tesis doctoral convertida en libro: Leandro Losada, La alta sociedad en la época de la belle époque (Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2008).
Juan Suriano es historiador y docente de la Universidad de Buenos Aires y del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Entre otros trabajos y libros ha publicado Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910 (Buenos Aires, Manantial, 2001) y La protesta social en Argentina (con Mirta Lobato, Buenos Aires, FCE, 2003).
Jacques Rancière, El espectador emancipado, traducción de Ariel Dilon, Buenos Aires, Manantial, 2010, 131 págs.
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Oscar del Barco, Alternativas de lo posthumano. Textos reunidos, compilación y prólogo de Gabriel Livov y Pablo Gallardo, Buenos Aires, Caja Negra, 2010, 286 págs.
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