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El deseo de construir un texto a partir del dolor es una de las causas más frecuentes de la escritura, también un objetivo difícil: decir, rodear, dar cuenta y componer con esa materia un objeto que sea memoria, ofrenda y cura. En este libro de poemas, Alejandro Méndez lo logra. Poemario que avanza con un hilo narrativo tenue, sigue, entre otras cosas, el avance de la enfermedad y la muerte de una madre. Sin embargo, lo más llamativo no es eso, sino que el afecto que sobresale por encima del dolor sea la ternura. Hay una atención al detalle, un cuidado tan exquisito del tono y de la manera de decir, que el dolor se convierte en otra cosa: en poesía.
Sorprende también el cuidado formal del texto, notable en los cortes de verso. Como si fuera necesario (y sin duda lo es porque resulta adecuado y potencia el efecto general del libro), hay un gran trabajo sobre la forma. Se recupera un pensamiento y distribución de la materia poética desde lo musical y desde subgéneros poéticos tradicionales, que aparece no solo en los títulos (“Gospel”, “Canción de cuna”, “Aria de capo”, “Poema de amor”, “Copla de Tántalo”) sino como elemento fundante de la configuración rítmica. Aquí el gesto de recuperación de las formas va en el sentido de la construcción de un contrapunto a los elementos que se vinculan con lo confesional: si los acontecimientos que aparecen pueden responder a datos de la propia biografía, el trabajo con el lenguaje pone en claro que no se trata de volcar esos afectos y datos como si no hubiera mediación estética. La distancia subraya la potencia de lo dicho: como contención y como ofrenda, la ternura que se instala en el detalle del modo de decir como la instancia misma de lo poético. Por ese rodeo también se trama el contrapunto entre la palabra y el cuerpo, la poesía y la muerte, la aceptación de los límites de una y otro. Los poemas hablan tanto del modo de dar forma a la sustancia de la vida, como de las formalizaciones genéricas de que está hecha la vida misma, porque “Con el tiempo / todas las cosas se hacen música. / Leña porfiada si pudiera hablar, / hablar en vez de arder”. El poeta va tras esta leña para hacerla arder en el poema: forma y sustancia del hecho poético se revierten así una sobre otra, y nos recuerdan que el duelo es la forma de dolerse, así como la poesía siempre fue la forma de decirlo. La materia de lo diario entra en el poema sin incitar un efecto de choque, sino como parte de un continuo verbal y extraverbal que se trama con cuidado. Se diría, incluso, con amor. Por el objeto de este poemario y por la poesía que aquí van de la mano, así: “Mi madre se desviste / como una mujer / joven con una rapidez / inusitada queda desnuda / en un cuerpo / viejísimo”.
Alejandro Méndez, Para arder, Bajo la Luna, 2021, 64 págs.
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