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Pasada la conmoción inicial que produce el ingreso a la ex ESMA para acceder al Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, donde tiene lugar el primer sábado de cada mes Museo Ezeiza, uno pasa a formar parte de la experiencia estético-política que propone la instalación teatral dirigida por Pompeyo Audivert. Será justamente este formato propio de las artes visuales el que posibilite hacer de la “tragedia griega nacional” que constituyó Ezeiza del 73 un acontecimiento del orden de lo experiencial.
La instalación va a exhibir sobre los cuerpos-soporte de los actores una serie de objetos encontrados después de la masacre, pertenecientes a quienes ya no tienen voz para contarlo. Más allá de lo real de la atribución, lo que procura este dispositivo formal –desde el corazón mismo de la institución– es el desmantelamiento de la lógica museística fetichizante que consagra, congela y despolemiza los contenidos que en él circulan. Entre el soporte y el objeto hay una grieta, se dice, y es por esa vía como en la obra de Audivert va a colarse una calidad de presencia escénica que le restituye al teatro su condición política y poética como caras inescindibles de una misma moneda. A la manera de Edipo en Ezeiza, del mismo director, Museo Ezeiza se plantea en términos de una indagación por partida doble que interroga el pasado nacional –y en ese gesto hace lo propio con el presente–, al tiempo que se pregunta por aquello que implica hacer teatro hoy en día.
El arte como estado de encuentro parece ser una premisa fundante de Museo Ezeiza. Quien allí ingresa podrá diseñar recorridos para la contemplación que se verán resignificados por la interpelación de la presencia física de los actores y su personalísima invitación a ser escuchados, a transmitir un mensaje, a guardar un secreto o a responder a un interrogatorio. La obra entonces se va creando –distinta y singular– en la ceremonia de participación colectiva que propicia.
Ezeiza es un enigma y el dispositivo que monta Audivert está ahí para exponer los fragmentos de la gesta, los restos de la fiesta que no fue, los textos e imágenes que acompañaron su prefiguración sin ningún ánimo de esclarecimiento, sino más bien dejando que sobrevuelen la incertidumbre, el desconcierto y la perplejidad. No vaya a ser cosa que Ezeiza del 73 se convierta en un museo.
Museo Ezeiza. 20 de junio de 1973, dirección de Pompeyo Audivert, Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Buenos Aires.
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