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La dinámica actual indica que, en apenas uno o dos lustros más, algo así como dos tercios de la humanidad poseerán un teléfono inteligente, que se sumará al órgano que tenemos en la cabeza y al “cerebro emocional” de nuestro vientre: el smartphone, un tercer cerebro. Es sólo una de las perspectivas que se desprenden del ensayo de Pierre-Marc de Biasi, escritor, artista e investigador de un grupo de “mediología” (el análisis de las relaciones y derivados entre los medios y la sociedad). De Biasi apunta que el treinta por ciento de los surcoreanos admitió preferir prescindir de vida sexual antes que del smartphone y que el presidente de Francia, Macron, hizo su retrato oficial con dos aparatos superpuestos en su escritorio al alcance de la mano. Más del noventa por ciento de quienes usan smartphone declara que no sale jamás de su casa sin él. En promedio, se lo desbloquea unas cien veces al día, aunque hay quienes lo hacen el doble, a la espera de recibir y ver ¿qué cosa tan importante y urgente? Cuenta el autor: “Se empieza a hablar de patología adictiva, de pérdida de la atención, de hiperconexión, de confusión mental. En 2016, para denunciar las relaciones delirantes que estamos entablando con esas maquinitas, Aaron, un objetor, se casó con su smartphone en Las Vegas”.
De Biasi propone ver al smartphone —herramienta-símbolo de lo que se denomina revolución digital, a la que que se suma la Inteligencia Artificial— como el antiguo pharmakon: aquello que puede tanto curar como enfermar. El aparato, una “pequeña estación de comunicación digital, a la vez individual, nómade y virtualmente abierta al mundo entero”, “es una central portátil de servicios inmateriales ilimitados, un instrumento politécnico al alcance universal, pero íntimamente ligado a la persona, perfilado para adaptarse a todos los gestos que solicitan nuestras vidas remodeladas por Internet”. Así, la producción y emisión de contenidos puede ser algo positivo, pero su contraparte es una constante demanda de atención del aparato, que interfiere en el proceso educativo y de socialización en los colegios (de ahí que en Francia los aparatos estén prohibidos en las escuelas, incluso en refrigerios y recreos; algo que no se consiguió en otros países como Gran Bretaña y Estados Unidos) e incluso, a más amplia escala, en los procesos geopolíticos, ideológicos y electorales (como el caso de Facebook, Cambridge Analytica y Donald Trump, con su “estilo presidencial” basado en smartphone, tweet y fake news).
De Biasi sostiene que nuestro mundo globalizado tiene en el smartphone, “emblema del capitalismo de vigilancia”, en palabras de Mediapart, “el producto y el instrumento enteramente dedicado al mercado, a las ‘marcas’ y al discurso publicitario”. Un algoritmo que “personaliza” variables, a fin de vendernos más y mejor sus productos. La interacción permanente con nuestro aparato-“esclavo”, llevará a un vuelco dialéctico, que lo hará “amo de su amo”: seremos “esclavos de nuestro esclavo, dejándonos amputar, día tras día, todas nuestras habilidades”. ¿Avance técnico o adicción a los juegos online? ¿Derecho al aburrimiento y la soledad? ¿El ocio y la pereza esfumados para siempre por alertas, notificaciones y mensajes? Polifacética, la cuestión incluye lo que otrora se llamó “arte de vivir”, los “servicios posmortem” y el tema ecológico: ¡un smartphone de 160 gramos se produce con unos 70 kilos de materias primas venidas de cuatro rincones del planeta!
Pierre-Marc de Biasi, El tercer cerebro. Pequeña fenomenología del smartphone, traducción de Jorge Fondebrider, Ampersand, 276 págs.
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