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Pequeña flor

Santiago Mitre

CINE y TV

El título de la película de Santiago Mitre está tomado de la novela de Iosi Havilio en la que se basa el guion que el director escribió en colaboración con Mariano Llinás. Este, a su vez, está tomado del título de la canción de Sidney Bechet que cumple una función clave en ambas tramas. En rigor, “Petite fleur, tal su título original en francés, no tiene una función narrativa en la película (aunque esto sería discutible), pero resulta en cambio el fondo (la música de fondo) contra el que tienen lugar los eventos (o el evento: su multiplicidad también es discutible) más perturbadores (a la vez que cómicos en su exageración) de la historia. Por eso escuchamos la melodía tantas veces y —hacia el final— también la letra de la canción, en una de sus versiones, quizás la más popular. Para ese entonces, la atención del espectador está tan secuestrada por la deriva de los acontecimientos que poco importa lo que la letra dice, y menos aun cuando se trata de la versión cantada, aunque curiosamente ambas brinden una buena clave para acceder a la película. En ambas versiones, la “pequeña flor” no es más que la metáfora de un secreto recóndito guardado en el “jardín del corazón”, un recuerdo al que se recurre para sobrellevar una situación difícil cuando “la vida nos traiciona”.

Sería injusto con la película revelar la naturaleza de ese secreto (más aún con la novela, que trabaja con mayor suspenso su articulación), pero no estropea nada decir que el secreto es el centro del relato y el truco que lo impulsa hacia adelante. En uno de los muchos aciertos de la adaptación a la pantalla, los guionistas deciden que el secreto pase de ser el instrumento con que sobrelleva su crisis el archiconocido sujeto en crisis de la novela occidental (varón blanco heterosexual) a ser el artilugio para resolver la crisis de una pareja. Quizás la situación no sea poco frecuentada (argentino casado con francesa, viviendo en una ciudad pequeña de Francia que obliga al primero a un duro proceso de asimilación, enfrentando una relativa aspereza económica y, además, con un bebé recién nacido —vale decir, una premisa casi convencional de la comedia romántica—), pero se despliega en la película como el caldo de cultivo ideal para la reflexión sobre el peso y alcance de un secreto en una pareja. Porque ese es el tema de la película: ¿puede haber un secreto en una pareja? ¿O están prohibidos? ¿Incluso si garantizan su persistencia misma? Y más adelante, ¿puede una pareja construirse en torno a un secreto compartido?

Otra de las buenas decisiones de la adaptación es desplazar la voz narrativa del protagonista a otro personaje, casi una suerte de antagonista, y así exhibir su conciencia del imposible que organiza el relato y de su elemento fantástico, que convierte al narrador en depositario, partícipe y hasta administrador del secreto. Tal vez por ese mismo motivo exista un solo momento de la película en que el protagonista insinúa la posibilidad de revelar lo que ha hecho: cuando le dice a su hija de meses que es posible que pase mucho tiempo en la cárcel, y que si al salir ella prefiere no verlo, él la va a comprender. Es un momento cómico y tierno, pero por sobre todo revela que las fantasías de transgresión, incluso de la mayor de las transgresiones, no desentonan en la cotidianeidad de una vida aburguesada en provincias, quizás ella misma plagada de secretos.

 

Pequeña flor (Argentina/Francia, 2022), guion de Santiago Mitre y Mariano Llinás a partir de la novela de Iosi Havilio, dirección de Santiago Mitre, 98 minutos.

8 Sep, 2022
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