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Sabíamos por los aplicados cálculos de Genette que Proust podía contar las tres horas de una velada mundana en ciento noventa páginas y resumir en tres líneas doce años, pero nunca hubiésemos imaginado que la Gran Guerra podía contarse en noventa y ocho páginas. Jean Echenoz, que viene de comprimir tres vidas tormentosas en una trilogía de novelitas perfectas –Ravel, Correr, Relámpagos–, ha redoblado la proeza en 14, que no sólo cuenta los cuatro años de la guerra del 14 en una novela brevísima, sino que los cuenta con literal lujo de detalles y una intensidad rara en una economía tan apretada. Una “obra maestra” se diría, si Echenoz no consiguiera aligerar también el peso del “género obra maestra” con su levedad, su ironía melancólica y su gracia. “Cinco hombres van a la guerra”, resume la contratapa de la edición de Minuit, “una mujer espera el regreso de dos de ellos. Falta saber si volverán. Cuándo. Y en qué estado”. La historia es así de clásica, pero Echenoz afina el foco desde el comienzo y sorprende al joven Anthime en el momento en que un viento atronador y el toque de rebato que llama a movilizarse lo obligan a interrumpir un paseo bucólico en bicicleta por la campiña francesa. Es sólo el anuncio fatídico de algo que “iría muy rápido” –eso dicen los jóvenes mientras marchan para darse ánimos– y acabó durando cuatro penosos años. “Todo esto se ha descrito mil veces, quizá no merece la pena detenerse de nuevo en esta sórdida y apestosa ópera”, acota el narrador después del ”polifónico tronar” de la primera batalla, pero Echenoz reescribe la ópera como si nunca nadie la hubiese escrito, pormenoriza, lista, precisa, cuantifica, aleja y acerca la lente, hasta entregarla al lector espantosamente viva a cien años de los hechos. Lo ha leído todo sobre la guerra –crónicas, novelas, archivos, diarios íntimos–, pero ahora está ahí mismo en el día a día de los soldados para contar qué encuentran en las calles de los pueblos abandonados, qué comen, en qué rutinas ocupan las noches, qué mezcla de olores hediondos los persiguen, dónde duermen. Hay estampas macabras de las batallas, partes secos de las muertes, pero también páginas extraordinarias sobre el destino de los animales (los librados a su suerte –“un cerdo a la deriva”, “una oca desnortada” –, los comestibles, los militarizados y los enemigos mayúsculos del soldado: los piojos y las ratas) y pormenores curiosos que dan materialidad a la vida en el frente de combate (una mochila de seiscientos gramos que puede cargarse con treinta y cinco kilos de trastos o un casco incómodo de acero que oficia de sartén para cocer huevos). Cuando el lector llega al final, la proeza miniaturista se agiganta y hay que releer 14 para dar fe de que ahí está efectivamente la infinidad de detalles que le quedaron grabados. Aun así, lo que sigue vibrando en la memoria, sobre todo, es el tono inconfundible de Echenoz, una mezcla de entusiasmo, ironía jovial y elegancia, que no alcanza a sofocar la melancolía y el desprecio fatalista por la carnicería humana.
No diremos si los cinco hombres vuelven, ni en qué estado, ni si la mujer todavía los espera. Porque como si no le bastara con retratar la Gran Guerra en un pequeño cristal facetado, 14, novela por pleno derecho en sus escasas páginas, cifra también sus miserias y sus muertos en los pliegues de la trama, y en el final lacónico y contundente, gran ofrenda de compasión por sus personajes.
Jean Echenoz, 14, traducción de Javier Albiñana, Anagrama, 2013, 98 págs.
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