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El polaco

J.M. Coetzee

OTRAS LITERATURAS

Hay un mito extendido en torno al Premio Nobel de Literatura, ese que dice que el premio funciona como certificado de defunción de la obra del artista, un premio a la trayectoria cuyo mensaje entre líneas indica que lo mejor ya pasó. Existen innumerables ejemplos de escritores que luego del Nobel se dedicaron a regodearse en el reconocimiento oficial, como si el premio fuera una línea de llegada. J.M. Coetzee es una grata excepción; de hecho, hizo lo contrario: después de haber sido premiado, hace ya casi veinte años, siguió construyendo su obra, martillando sus obsesiones (amor, sexo, identidad, incomprensión) fuera de los focos, desde la periferia (Australia, Sudáfrica, Argentina). El polaco, editado primero en nuestro país, es una muestra más de la solidez de una obra que, por suerte, sigue en construcción.

En el libro se narra el romance incómodo y fugaz entre Beatriz y Witold, o mejor, el romance y sus consecuencias. De un lado, Beatriz, una catalana de mediana edad, bien posicionada, casada y con dos hijos mayores, que forma parte de un comité que administra conciertos de música clásica. Del otro, Witold, el polaco, un afamado pianista intérprete de Chopin que, ya entrado en sus setenta, contempla el final de su carrera. ¿Cómo se cruzan? Porque el polaco es invitado a Barcelona a interpretar a Chopin y Beatriz es la encargada de entretenerlo después; en resumen, por azar. Pero lo que empieza con una cena seca, como la interpretación que el polaco hace de Chopin, da lugar al enamoramiento de Witold y a la historia errática y romántica entre ellos. Pero es romántica en el sentido estricto del término, es decir, por lo irracional, movida por los sentimientos exaltados, idealizados, del polaco hacia Beatriz.

La novela está compuesta de seis capítulos y en cada uno de ellos los párrafos están enumerados, como si el autor buscara cierto orden dentro del caos amoroso —Coetzee es un escritor que invita al lector a pensar en la forma—. Sin embargo, la estructura, lejos de encorsetar, potencia un estilo certero que, sin estridencias, da siempre en la tecla justa. Resulta asombroso que en sus años finales Coetzee pueda escribir así, fragmentado, casi sin describir, y capte a la perfección el sabor amargo del mundo real.

“La mujer es la primera en causarle problemas, seguida pronto por el hombre”. Así empieza la novela, que está narrada en tercera persona, pero con la narración puesta sobre los hombros de Beatriz —lo que sabe y piensa—, la mujer que le causa problemas al narrador. Ahora, esa primera línea podría leerse también desde el Coetzee escritor, como un juego metaliterario, sobre su otra gran obsesión: el punto de vista femenino (con el personaje de Elizabeth Costello como máximo exponente). Entonces lo que en los ojos de Witold sería visto como una historia de amor donde él es el hombre romántico, visto por Beatriz no existe tal amor y él es, simplemente, un pobre viejo enamorado, por ende, un ridículo y un peligro para sí mismo. ¿Qué hace Coetzee? Relee explícitamente la historia de amor entre Dante y Beatrice a través de esa óptica, algo que en esta época sería una comedia sin final feliz; en otras palabras, más morbosa que divina.

Ahí está el tema central de la novela: la época, la distancia entre épocas, la de este siglo y la de los pasados que quedaron demasiado lejos en espacio y tiempo (“Llegué demasiado tarde, viví demasiado lejos”, escribirá el polaco en un poema). La distancia entre los personajes es generacional, territorial, lingüística —ninguno sabe cómo sonar natural en inglés—, cultural y, sobre todo, sentimental, esto es: a Beatriz le tocó una época sin el edificio filosófico del amor romántico detrás, donde el deseo no necesariamente debe ser inalcanzable para considerarse auténtico. Dos mundos distintos.

No es casualidad que Coetzee elija a un polaco como protagonista masculino. No sólo por ser un extraño, un extranjero —alguien a quien no se le pueden interpretar los gestos—, sino por lo que representa Polonia: un país atascado en el pasado. El polaco entonces es Polonia, un hombre de otra era. Y es también Chopin, es Dante, es Orfeo, es y no es Coetzee —un hombre atravesado por los siglos—. Eso explica que quiera escribir su divina comedia para mantener su amor, para conquistar el alma inmortal de Beatriz, pero, parafraseando a Jung, ahí donde Dante nada, Witold se ahoga.

En un momento, bien entrada la novela, el polaco le dice a Beatriz que ella le da paz, que es su símbolo de paz, y Beatriz lo ve como algo absurdo porque, como diría Charly García, ahora todo suena diferente.

 

J.M. Coetzee, El polaco, traducción de Mariana Dimópulos, Kolapse / El hilo de Ariadna, 2022, 144 págs.

10 Nov, 2022
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