Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Imaginemos a un poeta que teclea sus poemas en la computadora de modo tal que poco a poco sus manos primero, luego sus brazos hasta los hombros, y así sucesivamente el cuerpo entero, se va diluyendo en las teclas, en la pantalla. La habitación queda a solas. Pero vuelve e intenta inyectar algo de sangre en una placa madre, a ver si de ese modo cobra vida propia. La coloca en una pecera y se sienta a esperar el milagro. Pero no puede evitar continuar con el tecleo, y desaparecer y volver, y así durante años.
La jerga y simbología particular de cada videojuego pueden ser una barrera para un lector no entendido. O acabar significando otra cosa. Y esto puede tratarse de un buen indicio, pero también de un estorbo. El poeta en estos casos opera como un traficante de materia verbal digital en la letra análoga. El libro está impreso, existe en la vida física. Pero su contenido remite a ese vasto territorio llamado virtualidad, inexplorado, hasta cierto punto anárquico, impalpable.
Veamos un ejemplo: “Construyamos una casa / de robles y abetos cúbicos // veamos cuán infinita es en realidad / la aritmética que soporta el mundo”. Si uno desconoce el videojuego Minecraft corre el riesgo de interpretarlo en la vida física y perder cierto brillo. Si bien el malentendido muchas veces potencia al poema, puede también correr el riesgo de la ilegibilidad. Veamos otro en el que, a pesar de ignorar la referencia del videojuego, se nos ofrece un buen sabor en las orejas: “tú y yo flotábamos abrazados a un globo / como una gaviota impulsada por el viento marino / desde la estratósfera veíamos pasar las etapas del mundo / 5000 años transcurrían a 30 cuadros por segundo”.
A diferencia de la Alt Lit, donde la referencia tecnológica se centra en sus usos, la operación de Tomás Morales en Placa madre es la de una ciudadanía media entre lo virtual y lo físico. El poeta escribe con una mitad del cuerpo en el videojuego y la otra fuera, conformando un diafragma que hace de cada poema una especie de cápsula anecoica, aislados unos de otros, microclimas que evalúan su propia simbología y comprensión. A pesar de ser un libro de temática única (la tecnología), cada poema es un mundo. No hay noción de continuidad. Es una colección de poemas. Y esto recuerda a las placas madres, algo así como pequeñas ciudades observadas por un dron. Sin embargo, los dispositivos que las cubren (distintos nombres: zócalo de CPU, ranura, SW, IDE) no se tocan. Están aislados.
Tomás Morales, Placa madre, Overol, 2021, 64 págs.
Después de la década de 1950, dice Carlos Monsiváis, el muralismo mexicano se traslada a los barrios chicanos de Estados Unidos. El stencil que ilustra la portada...
El hundimiento de un país deja ruinas y cascotes que tienen nombres propios. En el caso de Venezuela, son los nombres de las mujeres que perdieron a...
El primero de los diez relatos de este libro, “Mal de ojo”, podría funcionar como un perro lazarillo a través de sus historias enhebradas. En él, la...
Send this to friend