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La proliferación de los escritos de Matías Serra Bradford, desde 2017 a esta parte (El secreto entre los rusos, La guillotina, Animales tímidos, Cómo falsificar una sombra, Diario de un invierno en Tokio, Linternas de nieve), ha despertado entre sus lectores una suerte de efecto hipnótico dada la curiosa versatilidad que campea en sus abordajes. Desde la larga espera a que arribe un gurú de la fotografía oriental a la fragmentación de lecturas en un margen, pasando por un elegante cúmulo de epitafios, el sistema de su lógica juega al nivel de la frase: como un artesano del dibujo, Serra Bradford ensaya una repetitiva y perfecta descarga que, por recursiva, dice con singular frecuencia algo nuevo. Amigo de lo inesperado, del giro después del giro, cada sentencia deja destilar a su paso el delicado aroma de un pensar. Su condición anfibia de escritor y dibujante es lo que probablemente lo haya hecho interesarse por numerosos “pintores que escriben”.
Durante la lectura de sus “frescos” es imposible no recaer en aquella reflexión que dice que “la frase es una odisea horizontal que opera por verticalidad”. Repasando al díscolo par Steinberg/Gorey, Serra Bradford nos recuerda que en China “la caligrafía, arte supremo, precedió y dio a luz a la pintura”. Sobre el mismo punto de la escritura pivotea cuando se aproxima a Cy Twombly, revelándonos que dada su condición de “traductor balbuciente, convierte la melancolía literaria en una celebración pictórica”. Pareciera encontrar en cada uno de sus retratados a un bibliófilo irredento, a un vicioso de la escritura. Reconoce de su admirado R.B. Kitaj que “le sobraban palabras como le sobraban colores” y descubre en la portada de un libro de Spurling a un Matisse lector de Maupassant, Loti o Gide.
Hay, sin embargo y más allá de la disposición al exacto retrato que Serra Bradford pueda hacer de un Pierre Le-Tan o un Tomi Ungerer, algunos detalles no menores que parece inocular con el correr de las páginas: por un lado, se percibe la idea de que tal vez este tipo de pintores pertenecen a un círculo de raras avis distinguidas (y extinguidas) por su enfermiza devoción a los libros. Por el otro, se deja entrever la intrincada madeja que es necesario desovillar cuando se quiere reconstruir la obra de un artista, cuando se quiere explorar el abismo de un hacer que siempre está en continuo movimiento: la misma sensación que genera en el autor el impermeable de Tintín.
En el caso de los pintores que figuran en la selección, la alternancia entre su arte de paleta cambiante y de técnica difusa encuentra, en la palabra leída o impresa sobre el lienzo, una solución que tiende al infinito en la escala de moebius. De la misma fuente abrevan los precisos y amables escritos de Matías Serra Bradford.
Matías Serra Bradford, Trece pintores lectores, Ripio, 2022, 176 págs.
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