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Las madres no

Katixa Agirre

LITERATURA IBEROAMERICANA

Ciertos libros circulan en el enorme entramado editorial internacional e irrumpen en el terreno local porque enlazan con presteza temáticas afines al mercado con tácticas de la escritura en gran medida convencionales. Tal el caso de Las madres no, oportuna reedición de la escritora vasca Katixa Agirre, que inicia con un epígrafe de Medea y que, a partir de allí, con el terreno demarcado, ensaya, desde una operatoria en la que resuenan ecos de aquello que Doubrovsky denonimó autoficción, un relato donde infanticidio, universo maternal, vida íntima y pesquisa periodística —a la Carrère— se entrelazan.

Las madres no retoma un hecho ficcional concreto: una niñera llega a casa de sus patrones y encuentra que la madre de los mellizos que debe cuidar los ha asesinado. El filicidio, que se vuelve sin dudas mediático, conmociona a todo el país. Como en una suerte de falso texto de periodismo narrativo, el primer punto de inflexión acontece cuando la protagonista tiene una revelación en medio de su parto: ha conocido a la presunta asesina once años atrás, es decir, en su primera juventud, y hasta vivió cerca de ella cuando estudiante. De esa forma decide, por un lado, escribir un texto que recoja los hechos —“una especie de novela negra, un thriller judicial”— y, por otro, emprender una compleja pesquisa personal que la obliga a volver, titubeante, al pasado. Alterna el siempre engorroso trabajo de la escritura con su reciente maternidad y las tareas de cuidado. Asoma, en estos trazos que exceden el caso policial, un señalamiento respecto de la división sexual del trabajo en la estructura patriarcal y la difícil conciliación de la esfera laboral de una escritora en ciernes con su mundo doméstico. El ejercicio consiste, entonces, en el despiece del hecho criminal para arrojar una nueva perspectiva, alejada del tratamiento mediático. Cuando el juicio llega, la protagonista descubre, por ejemplo, que Alice, la asesina, ha hecho innumerables esfuerzos para quedar embarazada o que tiene un blackout de aquel momento en que cometió el asesinato. Conforme avanza el libro, en uno de sus movimientos acaso más interesantes, añade diversas referencias de aquel territorio de cruce entre maternidad y crimen, tales como el monólogo La infanticida, de la catalana Caterina Albert, el mito de la Llorona, la biografía de Sylvia Plath, las memorias de Doris Lessing o de Muriel Spark, escritoras todas que abandonaron a sus hijos como forma de escape. Más allá del atractivo de la anécdota que da pie al texto y de la serie de interrogantes políticos que el libro se esfuerza por enhebrar —esfera doméstica/esfera privada, escritura, maternidad, criminalidad, cuidado, etcétera—, con un estilo apenas elaborado, de pura superficie, y contra el proyecto de una escritura feminista que defendieron Nelly Richard, Josefina Ludmer, Hélène Cixous o Monique Vittig, esto es, la invención de un texto que no pierda de vista su forma hasta volverla, de alguna manera, un animal extraño, de ritmo transgresor o subversivo, se prioriza, al contrario, una transparencia que —sin dudas lograda— alienta al lector a llegar a la última página.

 

Katixa Agirre, Las madres no, Tránsito, 2022, 208 págs.

 

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