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Las literaturas genera-nacionales exportan ismos, estilos de vida, hábitos y causas que defender. La asimilación que cada escritor hace de esta materia bio-bibliográfica es siempre incompleta y proclive a transformarse vía otras tradiciones y la experiencia. Pienso en los dos escritores (del norte) de México que hoy despiertan mayor pasión crítica: Heriberto Yépez y Carlos Velázquez, polos lejanos de una misma tesis o faros antitéticos de una misma catástrofe nacional. No me detendré en sus asimetrías estéticas e idiosincráticas, que parecen beber de una misma fuente heterogénea e inagotable: la literatura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Más relevante me parece la ausencia de una premisa vital de la contracultura de Estados Unidos que comparten: el nomadismo. Contra el que ha ido y lo ha visto todo han opuesto el convertir sus regiones en puntos de vista.
Como plegaria negativa y lista de antiinstrucciones, Tijuanologías (2006) es la obra de Yépez más orientada a explicar qué no es su ciudad natal. Desde una aproximación más narrativa, El karma de vivir al norte es el libro más territorial de Velázquez. En La Biblia vaquera (2008) aparecía un mapa de PopSTock!, territorio posnorteño en que ocurrían las aventuras de un protagonista mutante y de ecos brautiganianos y fresanianos que se plegaba a una prosa eléctrica y referencial. En su siguiente libro, La marrana negra de la literatura rosa (2011), Velázquez utilizó un lenguaje más preciso para encender en los relatos la rebanada de vida, esa epifanía laica cuya escuela es el New Yorker y su hijo predilecto, John Cheever. Si la obsesión territorial y la prosodia provienen de sendos libros, la variedad temática y formal es antecedida por la columnas de Velázquez en Frente y Gatopardo, laboratorios narrativos donde ya aparecían crónicas atravesadas por parrandas en Monterrey, polizontes, narcos, violencia, sueños y disquisiciones televisivas.
¿Qué diferencia la tentativa miscelánea y autobiográfica de Velázquez de las que surgen en otras latitudes? O, en palabras de Enrique Vila-Matas, ¿por qué El karma de vivir al norte no es un tapiz que se dispara en muchas direcciones? Además del conocimiento estructural del relato puesto al servicio de la crónica, distingue al libro de Velázquez el entramado emocional que trasciende a la variedad formal de sus distintos segmentos, así como la construcción del yo desinhibido, reflexivo y flâneur necesario para contar la catástrofe de la Guerra contra las Drogas. Quizás, como David Foster Wallace y William T. Vollmann, Velázquez encontró en sí mismo a su mejor personaje.
Carlos Velázquez, El karma de vivir al norte, Sexto Piso, 2013, 194 págs.
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