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El pájaro de leche y sangre

Martina Antognini

LITERATURA ARGENTINA

El pájaro de leche y sangre, primera novela de Martina Antognini, es uno de esos libros que presentan un problema al reseñista: es una obra de mérito indudable, con virtudes que llegan a alturas impresionantes y, sin embargo, al llegar el momento de escribir la reseña, uno se encuentra pensando en los defectos cuando quisiera estar formulando elogios. Este es un caso particularmente especial por el hecho de que la separación entre el lado “bueno” y el lado “malo” es muy clara. Para explicarlo con una metáfora para nada apropiada, es como si se hubiese instalado un motor de primera línea dentro de un chasis destartalado.

Empecemos por el chasis: El pájaro de leche y sangre es una obra de fantasía —aunque en verdad los elementos más fantasiosos son más sugeridos que explícitos—, y las narrativas de fantasía requieren la construcción de un mundo. Dicho mundo tiene que ser coherente, si no con nuestra realidad, sí con la suya propia; la lógica interna debería ser sólida. Y aquí, desafortunadamente, no lo es. Antognini nos lleva a un mundo de fábula en el que, hace mucho, la gente de la montaña ha descendido al valle y matado a quienes vivían allí. La sociedad que han construido está gobernada con puño de hierro por “El que gobierna”, con el apoyo represivo de la iglesia y el “El partido”. En algún momento empezó un invierno interminable que los locales atribuyen a “La doncella”, una diosa/bruja local. Se ve que la familia de los héroes, hermana y hermano, fue en algún momento próspera pero atrajo la ira de las autoridades, probablemente por sus ideas progresistas. En todo caso, los protagonistas ahora son huérfanos adolescentes y viven en una casona desvencijada fuera del pueblo, en el páramo congelado, enredados en una lucha constante contra el frío letal. En el pueblo, la mayoría de los hombres trabajan en la fábrica de cemento, las mujeres en el telar, sufriendo las atenciones represivas y muchas veces homicidas del partido y la iglesia. Todos menos los gobernantes padecen el frío y el hambre y temen al mundo natural y cualquier sugerencia de la comunidad que sus ancestros desterraron. La falla principal de todo esto es que sucede en el más perfecto aislamiento: lo que funciona bien para una fábula no acuerda muy bien con los temas de realismo social que van apareciendo. Por ejemplo: hay autos, ¿dónde consiguen la nafta? Hay pan, ¿de dónde viene el trigo? ¿Para qué mercado fabrican el cemento y los textiles? ¿Por qué una sociedad esencialmente feudal necesitaría un partido político? Si hay autos, ¿no debería haber electricidad?, etcétera.

Pero cambiemos el foco hacia el motor: El pájaro de leche y sangre está escrita con una convicción y un control impresionantes: la prosa rebosa de ira, amenaza y musicalidad, la acción y la psicología están retratadas con una sensualidad y urgencia atrapantes, la atmósfera tiene la cuota de rareza requerida, el ritmo de la trama (que con las pistas ya compartidas no regalará muchas sorpresas, pero no es menos entretenida por eso) pulsa de manera muy gratificante. Si los mensajes políticos y sociales carecen de sutileza, siguen siendo necesarios.

Se podría argumentar que el problema con este proyecto artístico es su búsqueda de completitud cuando en verdad le habría sentado mejor una mayor ambigüedad. Si bien es difícil emular a creadoras consumadas de mundos, como Margaret Atwood u Octavia Butler, Kafka nunca sintió la necesidad de dar explicaciones innecesarias, una obligación que no debería sentir ningún escritor ni ninguna escritora.

 

Martina Antognini, El pájaro de leche y sangre, Odelia, 2023, 254 págs.

6 Jul, 2023
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