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CINE y TV

Ava tiene trece años y está enferma de los ojos. Pasa unas vacaciones en el mar cuando su oftalmólogo le avisa que va a quedarse ciega antes de lo que esperaban. Camino a casa, después de llorar un rato, su madre decide que van a pasar el mejor verano de sus vidas. Sin embargo, algo que no es el terror ni la angustia ante la futura ceguera se ha apoderado del espíritu de Ava, como si, de pronto, considerara que a cierta rabia o furia acumulada durante tiempo le ha llegado el momento de manifestarse. Entonces Ava tiene que buscar, para salirse de su mundo (súbitamente empequeñecido) otras zonas de ese verano que, probablemente, sea el último en el que pueda ver el sol. En la distancia con el drama principal de la película, Léa Mysius construye un personaje vital que parece ajeno a la desgracia que la acecha pero que, al mismo tiempo, nace de esa circunstancia.

La desconcertante distancia de Ava con respecto a lo que le está pasando es, para nosotros, paralizante al principio, hasta que comprendemos que ella tiene mucho que hacer antes de quedarse ciega. Es el propio lenguaje de la película el que, con el correr de los minutos, hace sentir al espectador que sus preocupaciones y temores mal presupuestos como los de la propia Ava son anacrónicos. Ava, la película, tiene una forma muy sutil y precisa de desviar nuestro armazón emocional, estacionarlo en el terreno de la paradoja y, desde allí, volver a moverlo hacia otro lugar tan cambiante y movedizo como ese mar del que Ava, el personaje, no parece querer despegarse. Podemos sentirnos más o menos cerca de su estado de ánimo, pero resulta imposible no seguirle los pasos para ver qué se propone.

A la salud como objeto de culto se le coloca, detrás, ese elemento casi fantástico de distancia. La profundidad del espacio mental de Ava está construido con una libertad rayana en lo místico. Léa Mysius tiene un poco del Godard de Pierrot le fou y mucho de la Agnès Varda que filmaba las playas como despejes de un alma colectiva. Ava está enojada con una parte del mundo, pero descubre otra que le demanda reinventar todos sus sentidos, no sólo el de la vista en retirada. En la oscuridad casi no ve, pero la compañía de Juan, atado a un signo familiar conflictivo del que necesita, también, despegarse, le permite crear una burbuja inherente a su condición y que le pertenece casi de manera exclusiva. Las escenas de Ava y Juan en la playa (con ese asalto tan godardiano a los despreocupados nudistas) y en las ruinas de un búnker partido al medio sobre la arena tienen una rebeldía de juego fuera de término, de enojo fundacional no por lo que rompe, sino por todo lo que lo ha formado. Son las reglas del estilo visual de Mysius, que tiene mañas pero nunca deja de ser espontáneo, las que nos permiten aceptar la forma que tiene Ava de lidiar con lo que le pasa, a punto tal que queramos verla revelarse, cada vez más libre, alejándose de ese verano cruel que se empecina en oscurecerle los ojos para siempre.

 

Ava (Francia, 2017), guion y dirección de Léa Mysius, 105 minutos, disponible en MUBI.

13 Jul, 2023
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