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Devenir animal

Martina Servio

ARTE

Según cuenta el antropólogo Tim Ingold, en un conocido pasaje de El origen de las especies Charles Darwin se imaginó a sí mismo observando “las plantas y arbustos que cubren una intrincada ladera”. La imagen resulta fascinante por la insinuación de crecimientos múltiples brotando desde distintos orígenes, que se ligan entre sí al igual que los complejos sistemas de raíces que crecen bajo la superficie, lejos de la mirada terrestre. Pero no fue en esas trayectorias entrelazadas donde Darwin avizoró la unidad de un comienzo vital, sino en la lucha voraz por la existencia y en el principio de la ascendencia común. Se impuso desde entonces una genealogía lineal como la principal concepción científica de la vida.

Pero más allá de dónde y cuándo haya sido lanzada al mundo, la serialidad evolutiva es salvaje por su empeño de universalidad para todos los tiempos y lugares. En el margen del predominio de lo uniforme y a modo de resistencia anacrónica, aparecen los quiebres donde se engendra la potencia de lo intermedio y de lo indiferenciado. Se trafica, entonces, por los costados una concepción rizomática de la reproducción por contagio. Un campo de significación que opera no en la imitación, sino en la analogía interior, y se extiende en la promesa de una zona de esperanza fundada en la creencia de un ahora cualitativamente distinto. Allí donde las grietas abren espacio para la duda, el arte dispone de un gran potencial para materializar la intuición acerca de mundos distintos a los conocidos.

Devenir animal —ineludible referencia a Mil mesetas de Deleuze y Guattari— conjuga una propuesta ambigua. Un círculo de figuras híbridas actúa como evidencia de un devenir en la afirmación de las diferencias que cuestiona las concepciones dicotómicas entre lo humano y no humano. La obra es una celebración descreída ante la demanda por la universalidad de una identidad fija —heredera de la igualación genealógica del darwinismo—. En su sacrilegio, siembra el nacimiento de otras filiaciones posibles con un ejercicio de existencia dinámica cuyo límite se vuelve inalcanzable. Para la realización de la pieza, el cuerpo de Servio fue escaneado, manipulado digitalmente, fusionado con prótesis halladas —orejas, garras y colas— y materializado mediante impresión 3D. Si devenir es tejer rizoma con aquello que configuramos una nueva realidad, el cuerpo de la artista devino obra, donde ya no existe ni una ni otra.

Este diálogo escultórico se emplazó en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, hoy territorio en pugna frente a los intentos de instalación de discursos negacionistas. La intervención en un ambiente que desborda institución oscila entre un ensayo de camuflaje y un hallazgo. El conjunto de cuerpos en muda esconde el propósito de convivir en el espacio de lo común, a la vez que lo tensiona en su estado de conversión ritual. Aunque no es nueva la comprensión de la Legislatura porteña como escenario histórico de transmutación: en el Hall de Honor, en el primer piso, donde se expuso Devenir animal, en 1952 se dispuso la capilla ardiente donde aconteció la despedida final de Eva Perón. En ese entonces, el mismo edificio pertenecía al Ministerio de Trabajo y Previsión y era allí donde diariamente Evita había trabajado desde 1947.

Una vida después, Devenir animal es testimonio de la alquimia permanente en lo individual y en lo social. Sugerencia del devenir como destino inevitable, o pista encubierta para mantener la vida andando. Porque el devenir, igual que el arte, se vale a sí mismo.

 

Martina Servio, Devenir animal, curaduría de Agustina Rinaldi, Salón San Martín, Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 5 de septiembre – 15 de septiembre de 2023.

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