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Como quien ejerce una improbable labor fuera del tiempo, Matías Serra Bradford posee el discreto encanto de hacer de lo coyuntural algo perdurable. Las dos décadas de escritos que reúne La ingratitud del monstruo liman los bordes del calendario y de la ocasión para ofrecer un conjunto de piezas al abrigo de la fugacidad.
No es un mérito menor traficar raciones no perecederas en un medio destinado irremediablemente al olvido, como son los suplementos culturales. Porque buena parte de lo aquí propuesto responde al ejercicio sincopado del crítico inmerso en el diáfano lodazal del periodismo; a las máscaras y celajes con que se arropa la literatura a fin de no ser apresada en una cándida inocencia. Casi una lección de trajinado pugilístico: practicar la finta que previene el embate directo y fragua el sendero del rodeo. Dicho sin ambages, Serra Bradford nunca es más sugestivo que cuando mira en escorzo, cuando descorre el doble fondo de la superficie y se aproxima al objeto de manera oblicua. Porque rara vez habla sobre un tema (o autor o libro), sino que, más bien, gira a su alrededor. Y más dice acerca de la literatura cuanto más se aleja de ella.
La progresión del argumento queda así relegada en provecho de unas maniobras de asalto y repliegue, de escarceos provisorios y cabriolas inopinadas; como si se tratara de la transposición depurada de los subrayados y las notas al margen realizados durante la lectura del volumen de turno. En virtud de lo cual, el párrafo, breve y poliédrico —un compuesto que incluye la cita precisa, el símil imprevisto, el adagio voluble, la sugerencia fugaz—, procede a modo de cortejo autónomo, se emancipa del referente para rozar una realidad propia. Y aunque persiga la odisea de la frase, el autor de La biblioteca ideal (2009) sabe que es en la sutura de los elementos donde se juega la verdadera peripecia de la escritura. Un punto y seguido puede ser la coartada para tomar un desvío —que no forzosamente supone cambiar de tema, sino llevarlo a otro lugar—. El desvío (ni más ni menos) como cifra del estilo.
De paladar opíparo y talante comedido, a Serra Bradford nada le resulta ajeno. Si bien sus elecciones (por lo general, autores consagrados, casi ninguno contemporáneo) no revisten mayor riesgo: la música de Argerich (“diluvio milimétricamente cronometrado”), la prosa de Gianni Celati (“murmurante, diáfana, tentacular”), las maneras de Cristina Campo (“pasó por el castellano en puntas de pie”); el rasgo arquitectónico (“uno no entra a una ciudad; accede a un escándalo”). Ocupan un sitio destacado el misterio de la lectura, el secreto que anida en toda obra y lo no leído como corazón de una biblioteca. Y también: los dones de la invisibilidad y de la ausencia. En cuanto a programa personal, Serra Bradford puede hacer suyas las palabras que dedica a Jan Starobinski: “su crítica no responde a una escuela epocal, vencida, oxidada; está guiada por un gusto personal inseparable de una piadosa clase de vigilia”.
Por eso no sorprenden los paseos entre oficios, porque el punto de intersección entre el crítico, el escritor, el traductor y el lector es la literatura, esa llave que abre una puerta que conduce a otra puerta para la que hay otra llave, pero no cerradura.
Matías Serra Bradford, La ingratitud del monstruo. Ensayos y excursiones (2003-2023), Alquimia, 2023, 202 págs.
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