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Hace unos años, cinco años, se publicó un ensayo muy lúcido de Luis Sagasti llamado Cybertlön (Tenemos las Máquinas) sobre el estado del arte contemporáneo, es decir, desde la aparición de las computadoras hasta la actualidad. Ahí Sagasti decía que este mundo parece encontrar nuevas formas de expresión que se resisten a encasillarse dentro de un género definido. Después de todo, si nada ya se expresa de forma pura y neta, por qué exigirle al arte, a la literatura o a la música que lo hagan. Concluía entonces que las narraciones que avanzan rapsódicamente, o que se anudan en torno a eventos con escasa o nula conexión entre sí, no son sino la manifestación estética de una percepción discontinua de la Historia o, más categóricamente, de su desaparición. Una de sus tesis es que la multiplicidad de géneros que pueden encontrarse en un texto, que a falta de nombre mejor suele llamarse novela, se debe a otra forma de percibir la realidad: la multiplicidad de fuentes y discursos que conviven en una pantalla; a fin de cuentas, en un mismo formato pasamos a registros disímiles que poseen el mismo grado de intensidad.
Mucho de lo que analiza Sagasti (sobre todo, lo relativo a los nuevos modos de contar) puede verse en Buuu!, la divertida y delirante novela, a falta de nombre mejor, del inasible Iosi Havilio, que ya de entrada, a través de un diálogo que el narrador abre en forma de diario, nos aclara, nos advierte, que no pensemos nada, que no imaginemos nada, que no esperemos nada. Una advertencia que tranquilamente podría extenderse a toda su obra: la mejor manera de entrar en la literatura de Havilio es, justamente, sin marco de referencia, dejándose llevar por los extravíos de la narración. En Buuuh!, hecha su debida advertencia, se potencia esta operación.
¿Hay una trama? Sí, o al menos algo que se le parece. Digamos que hay un grupo de personas (actores, directora, productor francés, extras africanos, en fin, una troupe) que llega a Punta Indio a filmar una película, pero nada sale como se espera. De hecho, la filmación se trunca porque empiezan a ocurrir asesinatos por parte de unos chanchos alucinados que descuartizan a hombres (no a mujeres) y parecen contener las almas de otras personas, lo que, está claro, enrarece todavía más la narración. Todo esto está narrado a través de entradas de un diario que empieza siendo, se supone, de rodaje, pero que al poco tiempo se expande: poemas, listas, recetas, teatro, significados de palabras, simbologías de los números tántricos, efemérides, partituras musicales, mandamientos, tachaduras, el número de ISBN, cualquier cosa cabe en una entrada.
Pero si bien Havilio experimenta a tal extremo con la fragmentación de la narración y la plasticidad del lenguaje que pareciera que la trama no puede avanzar, esta no se termina de derrumbar; sucede —no hay sucesión, hay suceder—: por mucho que sus entradas se tensen, se choquen, se van acomodando hasta construir un sentido, una superación. Havilio sabe que mientras la racionalidad interna de la obra se sostenga, todo vale, y juega con eso: se puede descomponer la trama, se la puede interrumpir mediante contradicciones (en el decir y el desdecir; en el afirmar y el preguntar), perder el hilo (historias dentro de historias dentro de historias), cambiar de tono o de idioma, e igualmente habrá una continuidad individual en la narración que se piensa así, hecha de fragmentos que, inevitablemente, se entrelazan.
Hace unos años, el crítico Maximiliano Crespi leyó en la frase que abre Pequeña flor (“Esta historia empieza cuando yo era otro”), grandísima novela de Havilio, el reflejo que recae sobre la deriva de su proyecto literario, su desafectación, en donde cada libro nuevo, interpreta con precisión Crespi, es un nuevo comienzo, otra forma de empezar. Esta idea se refuerza en Buuuh!: si hay una continuidad es, justamente, en ese volver a empezar, en ese radicalizar y volver, como se dice en una de las entradas. Y esto está potenciado porque el narrador-personaje, al menos el que más se escucha, es un actor, es uno y es otro. Podríamos decir entonces que en Havilio la literatura es lo otro.
A mitad de camino de las mil quinientas noventa entradas que componen la novela, en la entrada cuatrocientos ochenta y nueve se lee lo siguiente: “Dice el maestro: No se trata de contar historias. Se trata de contar maneras de contar historias. ¿De eso se trata?”. La respuesta, en el caso de Havilio, es fácil: sí.
Iosi Havilio, Buuuh!, Entropía, 2023, 362 págs.
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