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El Húngaro

Mirko Barreiro

LITERATURA ARGENTINA

Galardonada con el Primer Premio del Fondo Nacional de Artes en 2021 y publicada recientemente, madura y de estilo propio según declara con acierto la contratapa, El Húngaro, la primera novela del narrador, poeta y abogado Mirko Barreiro, parece ajustarse a esa especie de mandato que resuena desde la dedicatoria en memoria de Consuelo, su madre: “decilo distinto, decilo con tus palabras”. Sin desentenderse de la anécdota ni de la acción —El Húngaro es un relato hablado por su protagonista, anclado en el presente con apenas unos fogonazos del pasado y sin ninguna plataforma de futuros—, y aunque su área de expansión, dónde transcurre y qué pasa es a su vez propia y diferente —una playa divorciada de las connotaciones habituales que nos representamos frente a su recuerdo—, la novela fabrica su singularidad, sobre todo, a partir de una manipulación específica del lenguaje. Como una suerte de experimento que a veces evoca el anacronismo —“lo pongo en claros, permítame” o “no entiendo cosas de cuantas dices”— y otras tantas a algo que cuesta asemejar con otra cosa —quizás allí se encuentre algo de eso propio de El Húngaro—, uno tiene la impresión de encontrarse ante una zona de conjunción idiomática, un nodo de cruces y contaminaciones en las que variantes —un semi castizo, un rioplatense—, modulaciones —a veces más neutro y a veces marcado— y genealogías —“violino”, “atunetas” y “trainer” remiten casi sin escalas al fabuloso entramado del Delta Panorámico— conviven como en un esperanto de una sola lengua que, para el lector, es a la vez una invitación y un desafío.

Dividida en dos, de la primera parte se levanta un aire de incomodidad, de desazón y modorra. Quizás esa playa, quizás el sol, quizás lo poco que hay para hacer. Un presidio, la Bahía, Hunirme, las dunas y la zona de la estación son las locaciones que el Húngaro, protagonista homónimo a la novela, recorre empujado por alguna clase de inercia. La fuerza motora apenas se intuye y, de tener una, tendría la forma de una desgracia, un crimen, o un poco de ambas. El mañoso tendero Edelmario, un burro, Kurai —una mujer de porte mayúsculo y cuerpo amputado— y los hermanos Tefo y Sarico le salen al cruce casi como para poner a prueba sus reacciones. ¿Podrá cuidar, podrá abrazar? ¿Conseguirá plata para pagar lo que debe? ¿Será capaz de entrar en el juego de equívocos de una seducción? Con alguna brutalidad, con tanteos, esas y otras preguntas tienen su respuesta; varias más quedan flotando y en esos casos habrá que suponer.

La segunda parte, más breve y de algún modo más feliz —unas monedas y la rutina de un chiringuito playero tienden a despejar los nubarrones de la desidia— no llega, sin embargo, a torcer cierta idea de destino; de destino o de inminencia. La escasez dominante, el sueño de una quimérica reactivación económica, la venta ambulante de “los Telas” —chucherías, retazos—, las babosas que todo lo invaden o el parador “La Barraca”, sitio exclusivo de reposo y curación para enfermos y tullidos, emparentan la atmósfera de El Húngaro, persuasiva, seca, intoxicante, con la de una brillante precursora como Plop o con la de las más recientes Jaulagrande, “Una botella de whisky y una lata de Nesquik” o Quiebra el álamo, zonas de una imaginación arborescente pero también de distorsión, apremio, extrañeza o presagios urdidos en trazos que podrían ir configurando una cartografía poética de frontera y marcada, entre otras cosas, por la supervivencia.

 

Mirko Barreiro, El Húngaro, Bajo la Luna, 2023, 160 págs.

12 Oct, 2023
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