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Hay una anécdota que ilustra la relevancia de Martin Scorsese: en una conferencia de prensa, Quentin Tarantino contó que cuando su admirado Brian De Palma estaba filmando la que él consideraba —y quizás lo sea— su mejor película, Blow Out (1981), no tuvo mejor idea que ir al cine a ver Toro salvaje. Le bastaron sólo unos minutos para darse cuenta. La pantalla en blanco y negro, el intermezzo de la Cavalleria rusticana de Mascagni y, por supuesto, Jake LaMotta saltando en cámara lenta sobre el cuadrilátero. “No importa lo bueno que creas que seas, siempre está Scorsese”, dijo.
Cuarenta y tres años después de la épica de un boxeador atormentado que le sirvió a Scorsese para exorcizar sus propios demonios, el cineasta regresa con otra épica que viene a cerrar, de manera política y personal, su tesis sobre la naturaleza violenta de Estados Unidos. Para eso, recurre a un libro del periodista David Grann, Los asesinos de la luna. Petróleo, dinero, homicidio y la creación del FBI, que investiga una serie de asesinatos de nativos americanos de la Nación Osage en Oklahoma, una comunidad que, en los años veinte, se hizo rica gracias a la aparición de petróleo en sus tierras. El libro narra, además, el surgimiento de la Oficina Federal de Investigación (FBI), dirigida por un entonces desconocido J. Edgar Hoover. Codicia, poder, culpa, traición y muerte. Hasta ahí, los elementos reconocibles del director de Buenos muchachos (1990).
¿Pero dónde está el corazón de la película? Por un lado, la calibrada trama criminal refleja la obra de un director que combina necesidad de pertenencia, choque cultural y, en un arco que va de Calles peligrosas (1973) a Silencio (2016), la posibilidad siempre extraviada de redención. Por el otro, la construcción del tono, el clima y la época que, gracias a la pericia estética, visual y musical de Thelma Schoonmaker, Rodrigo Prieto y Robbie Robertson, hace que el film conecte con las películas que constituyen la educación sentimental de Scorsese: La heredera (William Wyler, 1949), Sangre en la luna (Robert Wise, 1948), Río Rojo (Howard Hawks, 1948), Al este del paraíso (Elia Kazan, 1955), Zulú (Cy Endfield, 1964), entre muchas otras. Pero el centro vital, la fuerza que logra que las tres horas y media no sean un peso, está en otro lado: la rigurosa construcción de los vínculos, la vidriosa fragilidad de las relaciones, la minuciosa composición de los personajes.
Como en Alicia ya no vive aquí (1974), El rey de la comedia (1982) o Vidas al límite (1999), los personajes de Los asesinos de la luna tienen miedos y deseos que no terminan de comprender, sujetos a motivaciones que se digitan en zonas oscuras de la sociedad. Puede ser el crimen organizado, puede ser el mundo del espectáculo, pueden ser los orígenes de la fe cristiana, y puede ser un grupo de hombres civilizados, lobos blancos, que se integran en la comunidad nativa, se mueven como amigos, establecen lazos familiares y, finalmente, disparan por la espalda. El representante de esta crueldad disfrazada de amabilidad es William King Hale, el cerebro que asoma por detrás de los asesinatos, interpretado por un Robert De Niro que demuestra, otra vez, que es el mejor actor de su generación. Nadie encarna la malicia como De Niro vía Scorsese.
El corazón, entonces, está en los vínculos, sobre todo en el más complejo de la película: la relación de amor y traición entre Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio) y Mollie (Lily Gladstone). Codicioso, asustado, manipulado y cómplice, Ernest intenta sostener, como en una tragedia shakespeariana, su romance con Mollie mientras forma parte de la epidemia blanca que extermina a su familia. Scorsese, desde otro lugar, le da un nuevo giro a su obsesión con el germen de la maldad naturalizada. Pone su lente en el nacimiento de una nación y sugiere algo escalofriante: que el arma más efectiva no es la dinamita, la pólvora o el veneno, sino el amor. En una época en la que el cine se contrae, se retuerce, se fragmenta, aparece una película que nos recuerda de dónde venimos y dónde estamos ahora. Y algo más: que nadie lo hace como Marty.
Killers of the Flower Moon (Estados Unidos, 2023), guion de Martin Scorsese y Eric Roth a partir de Los asesinos de la luna. Petróleo, dinero, homicidio y la creación del FBI, de David Grann, dirección de Martin Scorsese, 206 minutos.
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