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La Stalker

Raquel Tejerina

LITERATURA ARGENTINA

Dos grandes desafíos nos propone esta novela. Primero, abordar con humor situaciones que la sociedad ha comenzado a plantearse como injustas y abusivas, y por lo tanto, a tratar desde un plano deóntico o revisionista. Segundo, intentar que esa mirada no se quede en el mero entretenimiento y abra una posibilidad de comprensión mayor sobre nuestras estructuras afectivas, pero a través de lo que ellas efectivamente son y no por lo que deberían ser.

¿Cómo logra sortearlos? Por el hallazgo de un tono. Con su fluidez, la narración nos adentra en la sensibilidad de Julia, la protagonista, y al mismo tiempo, nos permite observar sus acciones a distancia, como si en realidad los verdaderos stalkers fuésemos nosotros, sus lectores. La celeridad, la ligereza y la inmediatez del relato habilitan que la exhibición de intimidad resulte excitante. Es que, en vez de causarnos rechazo como algo que alguna vez hemos ejercido, la voracidad por saber del otro, la paranoia ante cada uno de sus movimientos, la desilusión y la ofensa y la reconciliación continuas se nos presentan con tal naturalidad que no implican ningún reparo ominoso.

Si bien es Julia quien stalkea, por su mediación nos perdemos placenteramente dentro de esa cadena incesante de laberintos y desventuras en la que, a primera vista, la figura de la mujer queda obligada a representar las consecuencias perjudiciales de la obsesión. Sin embargo, antes que afianzarlo, la clave humorística destruye el estereotipo, y su ironía corroe la asimilación entre género y conducta al exponer una subjetividad que de a poco va liberándose de la percepción reglada, tanto propia como ajena: “La palabra que no encontraba era pérdida. En todas sus dimensiones y acepciones. / Ir perdiéndose de a poco. Rompiéndose en partes que van cayendo en el camino, volverse débil, a cada paso más vulnerable. / Perderse de uno mismo, no saber dónde buscarse. Desarticularse. Perder movilidad. Haber dejado atrás todas las lágrimas y no permitir que la angustia se vuelva agua que se va. / Haber transcurrido tan abajo, que la vida solo era el murmullo que se escuchaba allá arriba. / ¿Y si no hay renacer? ¿Y si esto es el devenir? ¿Si las cosas que no alcanzó a decir ya nunca serán palabras? / Se dedica a ver series. Se acuesta a las tres de la mañana y mata cinco temporadas en tres días”.

De este modo, la historia de la intensidad de Julia irá más allá de sí misma, muy por sobre su apego a Ignacio (el casado con tres hijos que enciende su más reciente empeño), y pondrá en jaque un modo de existir del cual se toma razón, pero del que, a la vez, resulta aún difícil desprenderse o superar. Para ello, el repaso de la infancia y el primer amor, los achaques físicos, los viajes, los deseos más genuinos (esos que rompen el corsé de la producción subjetiva) constituirán el puente a través del cual franquear los mandatos sociales.

“¿Con qué se limpia un huevo en el piso que no para de expandirse? ¿Cómo se cayó? ¿Qué le está tratando de decir este huevo sobre el destino?”, se pregunta Julia, y con esa intromisión nos coloca a los lectores ante el desborde que implica toda individualidad, por más que nuestro gesto, finalmente, siempre sea el de adecuar nuestra profusión a las hormas que nos fueron indicadas como recipientes saludables. Es ahí donde esta novela alcanza su nota dominante y, si bien con alegría, nos coloca frente a una encrucijada que, por el momento, parece que optamos evitar dando marcha atrás.

 

Raquel Tejerina, La Stalker, Beatriz Viterbo, 2023, 148 págs.

 

28 Dic, 2023
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