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Con prólogo, selección y entrevista a cargo de Jorge Monteleone, esta antología está orientada a acercar al público la poética de Teresa Arijón. De este modo, la insistencia de la palabra frente a la ausencia puede rastrearse como un hilo conductor a lo largo de las páginas (en los comentarios y textos elegidos, pero también en la conversación final) haciéndonos experimentar cómo, dentro del poema, la reacción de la voz ante la pérdida realiza un quiebre entre palabra y representación, convirtiendo a esta última en una nueva presencia desprendida de su objeto.
En la sección Ars poetica, un texto nos refiere: “El poema no es un relato, una larga / y pausada, pensada letanía / como remos que agitan / el agua para narrar una historia. / El poema es el remo, el agua, la luz”, y con el mismo carácter refractario del remo, el agua y la luz, en el prólogo leemos: “El poema es esa suspensión del signo sobre la página en blanco, como si fuera una vasta extensión en la cual es posible hallar indicios: las palabras son como la estela de un caracol, los destellos de una luz fugada, halos, resabios, aceites que flotan, restos de objetos ya inaccesibles pero incrustados en las grietas”. El despegue de la palabra se produce a partir de un pliegue de esta en sí misma al tomar contacto con aquello a lo que se dirige, y en ese gesto no hay orden posible, como en el relato, sino “un corazón salvaje / golpeando contra el borde de las cosas”.
A lo largo de los años esta relación persiste por encima de las formas, los temas, las vivencias, las apuestas estéticas, “como un tronco hendido por el rayo, / con todo lo que de ausencia y de vacío llevo escrito”. La oquedad devuelve transformada la palabra que se dirige hacia ella, y esta no se detiene en el cuerpo que la pronuncia; por el contrario, lo rodea y lo supera, o, directamente, lo atraviesa, para abrir la posibilidad de las divergencias que le permitan ocupar distintas bocas en diferentes sexos, edades, visiones y hasta especies. Antes que una intimidad o un retrato, el poema nos entrega la otredad despejada de analogías y reconocimientos: “en vez de bordar, desborda”. Las fantasías, los viajes, las obras y los recuerdos ajenos exponen a la poeta a “ser todo lo que canta y es cantado”, como bien señala en la entrevista al ser consultada sobre la alteridad.
Así, amén de implicar el puntapié y el sostén de la escritura, la orfandad pasa a habilitar el reencuentro y la fusión de lo perdido con el afuera: “porque mañana (que es hoy) / arrojaré dos semillas en la jungla y me quedaré en ellas”. Y en medio de esa sensación de compasión y de unión, y sabiendo que el solo hecho de articular el verso le da otra vez inicio a la misma, la poeta se interroga: “Dios te ha dado ya cincuenta años en este mundo. / ¿No es privilegio suficiente? / ¿Haber compartido el sol y la sal, / el verano, el veneno? / ¿Todas las lluvias? / ¿Esta selva?”.
De esta manera, la disposición y la estructura de Un millón de veranos articula un muestrario en el que el trazo de la voz concentra un resplandor de perfume propio (“un vendaval en el ojo de la abeja, en las alas de la mariposa”) y, ya sea en sus liviandades sumi-e o en sus aserciones más descarnadas, ofrece un panorama de la obra de una de las poetas salientes de su generación, que no por ser resumido deja de exhibir las múltiples profundidades y variaciones que la habitan.
Teresa Arijón, Un millón de veranos, selección, prólogo y entrevista de Jorge Monteleone, Miño y Dávila, 2023, 244 págs.
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