Otra cosa es permanecer

Una visita a la plaza, restos de una casa en la infancia, viajes, nombres, ráfagas de una charla que regresa, películas, recuerdos, aventuras de la mediana edad, la actuación como revés de lo escrito, lo escrito como actuación imposible, lazos familiares o intermitencias de la amistad… En cada tema, este libro de Romina Paula cuenta el paso de los días con asombroso desdén: entre ella, lo sucedido y quien lee, la distancia ya no existe. Utopía de lo inmediato. Negación de lo impostado. Cierto estilo desalineado. Así, Rosario Bléfari es quien “tuvo siempre en su mano el poder del presente”, y un maestro de kung fu, quien “me enseñó a no decir que una figura me sale mal, porque eso implica que creo que alguna vez me saldrá bien, y es así como no hay que pensar”. Si pensar, escribir y hasta vivir fueran algo, supondrían llegar a un punto, entender, saber, poseer el contorno que recorta una figura; pero aquí no hay figuras, no hay contornos, todo pasa por la intensidad de una atención constante, esa filigrana de una inteligencia atípica. Por ejemplo, las clases de yoga, para quien no puede dejar la mente en blanco, se vuelven una poética de lo cotidiano: “Cuando los pensamientos asomaban, de algún modo me gustaba que fuera así, que estuvieran, que me vinieran a visitar. Sentía que no decidía qué era eso que sobrevolaba y, de algún modo, eso le daba valor”; pero también, un cruce de palabras entre madre e hija otorga una teoría, la del niño faro: “un hijo de alguien alrededor que nos alumbra por primera vez la posibilidad de cuidar y ver crecer a uno así”. Definitivamente, en estos relámpagos la vida se vuelve hermosa.

Acaso la actuación le haya dado a Romina Paula lo que mejor recorta su escritura: la gravedad del instante. Pero no porque allí algo se revele de pronto, sino simplemente porque el hecho alrededor del cual su escritura gira se pierde, desaparece, no nos corresponde y nos abandona, dado que —como el teatro— “se destruye, se inmola, su existencia es su extinción, y en eso reside todo su poder”. Escritas entonces como un teatro de la vida, como un ensayo permanente en el que hijo, amigas, colegas, ex parejas, vecinas y desconocidos no ven un horizonte de estreno, estas crónicas sorprenden no sólo porque se extinguen no bien uno las lee, sino porque miden el tiempo en que lo extinto pasa por delante de nosotros; vean, si no, la dedicada a la actriz Julieta Vallina, un talento ya ardido que nada devolverá y que, en palabras de Paula, “era la encarnación de eso que describe Grotowski, la actriz santa que se ofrece en sacrificio expiatorio, que sacrifica su cuerpo y se entrega como en un acto de amor”; o en las palabras que también —y ya como todo un género: el reconocimiento entre actrices— dan cuenta de la muerte de María Onetto: “Junto a la desaparición física se van con ella todos sus personajes posibles, toda su potencial creación”.

De la gravedad contemporánea —luctuosa por momentos, desbordada y próxima a lo coyuntural— Paula puede pasar a un registro que, por medio de lo azaroso o lo voluntario, asocia lo próximo con lo lejano, lo que otros perdieron con lo que ella extravió, y que llega cual intimismo ingenuo. Tal vez por eso aquello que permanece bajo la forma de otra cosa no es un recuerdo sino una invención en la que esa intimidad se descubre como inocencia: “Es mi sensación ahí en Córdoba de que los adultos siempre estaban en algún otro lado, y nosotros coexistíamos en un universo paralelo, en el que todo podía suceder, a salvo de sus miradas”. En ese verano accidentado por la fragilidad de lo que herimos, padres, hijos, hermanos, primos y mascotas guardan un secreto: hay otro mundo, y nos interesa tal vez más que este.

Romina Paula, Otra cosa es permanecer, Marciana, 2024, 264 págs.