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Ideas fijas

Cecilia Szalkowicz

ARTE

Escribo estas líneas desde una posición de privilegio. Casi treinta años de vida compartida me han otorgado la posibilidad de ver con anterioridad las fotografías de Cecilia Szalkowicz. Pero no me refiero a haberlas visto antes de estar colgadas en una pared, en el montaje previo a una inauguración, o en el monitor de la computadora mientras son procesadas para ser copiadas en papel, o incluso en la pantalla del teléfono o de la cámara antes de ser descargadas de la tarjeta de memoria. Me refiero a que pude verlas antes de que sean una fotografía.

Caminando juntos, recorriendo un sendero en un bosque, visitando una exposición en un museo, en una cena con amigxs, en la calle, en algún rincón de nuestra casa, en un paseo por un parque, en muchísimos de esos incontables momentos en que Cecilia saca su cámara, yo estoy a su lado presenciando la situación: viéndola elegir un encuadre, girando la cabeza hacia lo que está apuntando o hacia la cámara. Otras tantas veces al notar su demora y darme vuelta la pude encontrar detenida ante una vitrina o en un claro del camino registrando alguna cosa que le llamó la atención y que yo había pasado por alto. El momento en que esa cosa dejó de ser cosa para pasar a ser cosa-y-fotografía, lo presencié. Ese clic, haberlo visto, es mi privilegio.

A partir de ese instante detenido, ese tiempo fijo que es la fotografía, Cecilia, poniendo en práctica una inteligencia del artificio, ensayó en los últimos años diferentes propuestas que operaban con y sobre los tiempos de percepción. Sumado a su trabajo con los modos en que las imágenes se vinculan entre sí, cómo nos relacionamos con ellas y con los dispositivos para su exhibición, la duración no tanto de las imágenes sino la de su percepción, lo que sucede mientras las vemos y lo que queda en nosotrxs luego pasó a ser uno de los ejes centrales de su producción.

En Soy un disfraz de tigre (Fotogalería del Teatro San Martín, 2019), tomando recursos y códigos del desfile de moda, un grupo de jóvenes circulaba por el hall de la Sala Casacuberta llevando fotografías enmarcadas que exhibían en un orden y tiempo pautados con precisión a un público sentado en los laterales. En Cosmos (2019, Premio Braque), los espectadores ingresaban en una sala a oscuras donde una luz se encendía y apagaba iluminando alternadamente objetos, esculturas y fotografías ubicados en distintos sectores del lugar. Algo similar ocurría en Este melón es una rosa (CCK, 2018) donde, simulando un acto de ilusionismo, los objetos aparecían y desaparecían en la oscuridad.

Sin embargo, en Ideas fijas, su actual exposición en la Fundación Larivière con curaduría de Mariano Mayer, el tiempo queda detenido, silente, de esa manera que sólo un monolito sabe provocar. Aunque también, lógicamente, una fotografía.

Una pieza de gran escala, en parte escultura monumental, en parte dispositivo de exhibición, ocupa la totalidad de la sala. Realizada en colaboración con lxs arquitectxs Leticia Virguez y Gabriel Huarte, podría pensarse como una cita a las esculturas y relieves en piedra de Gonzalo Fonseca, a Stonehenge, al anacronismo metafísico de la arquitectura de Dune. La morfología de estos enormes volúmenes de cemento podemos rastrearla en una serie de fotografías realizadas en 2015, protagonizadas por un bloque de arcilla que Cecilia modelaba y modificaba cada vez que realizaba una toma de la sesión fotográfica, perdiéndose así la forma anterior; algo así como una escultura “para la cámara”.

Esta arquitectura para los pensamientos nuevos (Nicolás Peyceré) aloja fotografías, bajorrelieves en forma de escalera o semiesferas, una mano en reposo, vacíos donde se intuye la huella dejada por una fotografía o quizás un espacio reservado a la espera de una que vendrá. A pesar de su aspecto imponente y la magnitud de su volumen, y gracias a una acertada decisión en su construcción, la mole de cemento se percibe suspendida, separada del piso unos pocos centímetros. Flota inmóvil, fija.

Inevitablemente, el tiempo pasa. Por momentos se ralentiza, se detiene, pero también retorna al presente, vuelve. Es sabido e ineludible que con el transcurrir del tiempo el trabajo de unx artista presente insistencias, reiteraciones, repeticiones, obsesiones que toman forma en imágenes, materiales, recursos: ideas fijas. Claro que no siempre son iguales en su reaparecer. Como cada vuelta de un loop, que sabemos recomienza y es diferente en su similitud porque cada vuelta trae y carga consigo la información de la anterior, la memoria de haber sido percibida previamente, el recuerdo de lo que nos provocó: la insistencia.

“Las cosas que nos componen son todas las cosas / las cosas que nos conmueven son las que no habíamos visto venir”, escucho cantar a Catalín Munteanu mientras repaso mentalmente las fotografías incluidas en la exposición. Desde Las cosas (Dabbah Torrejón, 2010), en el repertorio de Cecilia las ideas fijas, esas cosas que no vimos venir, se ofrecen con todo el peso y el carácter de lo que son: cosas. Por eso es que un huevo de gallina puede compartir jerarquía expresiva con la delicadeza neoclásica de dos espaldas unidas en un abrazo esculpido en mármol blanco por Antonio Canova, o un vestido de alta costura fotografiado en una exposición que flota rígido como un fantasma petrificado mientras un trapo de cocina encandila con su luz amarilla. Un cuerpo puede ser una cosa extraña, partes de una rodilla plegada o un antebrazo en alto pueden ser formas casi abstractas o planos de color, manos enguantadas pueden oficiar de exhibidores presentando una postal, una fruta, un ladrillo partido.

También a través de las palabras podemos visualizar cosas que no están delante nuestro. Así fue que en p. 78-79 (Prisma KH, 2015) Cecilia amplió a tamaño billboard una fotocopia de un libro de Francis Ponge donde se describen un cántaro y unas aceitunas. A propósito, esas fotocopias forman parte de apuntes que tenemos de clases tomadas con Marcelo Cohen, los subrayados le pertenecen. Comparto esta pequeña trivia como un sentido homenaje.

Al fondo, una sala más pequeña exhibe otra de las insistencias de Cecilia: una publicación impresa desplegada en la pared. Casi una necesidad de explicitar una vez más su búsqueda de otros soportes: una publicación puede ser una exposición, y viceversa. En este impreso conviven sus fotografías con un texto donde Mayer narra los conflictos internos de un arquitecto, perturbado por lograr “componer plásticamente aquellas emociones incómodas” que enfrentaba durante la construcción de la casa de verano de un playboy en Marbella.

Así las cosas, siempre insistimos con ideas fijas. Casi sin darme cuenta reparo en que ya había escrito sobre haber sido testigo del momento de una toma fotográfica. Para la primera muestra individual de Cecilia en Belleza y Felicidad fueron publicados en la revista de la galería unos versos donde describía la imagen que los acompañaba. Una puerta de ascensor reflejando un rebote de flash, una mano entrando en cuadro mientras el ascensor subía a buscar al grupo de amigxs que esperaba arriba.

Ahora la escena es en un parque junto a un monumento de piedra, nuevamente un abrazo, un hombre tomando la cintura de una mujer, sus manos enlazadas, nos dan la espalda (la foto es inédita, recuerden mi privilegio). Cerca hay una escalinata, árboles. Y una vez más, una mano entra en escena, tironeando de la mía. Mientras sucede ese clic que mencionaba al comienzo, con ternura cómplice respondo: —Es sólo un momento, hija. Esperemos, que mamá está sacando una foto.

 

Cecilia Szalkowicz, Ideas fijas, curaduría de Mariano Mayer, Fundación Larivière Fotografía Latinoamericana, Buenos Aires, desde el 5 de octubre.

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