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Un personaje es un extraño movimiento bifaz: se hace hacia adelante, por desarrollo y duración del lenguaje, pero en ese avance también se hace hacia atrás, compartiéndonos de a poco sus emociones, sus miedos, su pasado, su historia personal. Es un misterio, especialmente para su autor, que lo lleva en sí como a un fruto de desarrollo autónomo. Durante ciertos tiempos, alojamos a esos extraños y hacemos locuras por ellos, recorremos zonas y experiencias impropias para poder entenderlos. En Comentarios al Náucrato, Rebord nos trae las crónicas de las zonas marginales que transitó para hallar y glosar a los Buscadores. Son personajes que practican de maneras muy diversas el culto al Náucrato, un libro evanescente, improbable, espesado por ansias y rumores, y rodeado por una cofradía dispersa que opera como una conspiración, si entendemos este término en el sentido etimológico de la expresión, como una inspiración compartida.
La conspiración es una forma frecuente de las narraciones argentinas. Está ya en Civilización y barbarie, que nos sumerge en una intimidad táctica con el enigma del tirano. Está en El matadero, con el unitario embaucado por la barbarie. Está en la imagen que Borges quiso desgajar de Macedonio Fernández: un Sócrates porteño legando su dogma conversacional a unos cuantos afines. Y, sobre todo, ha sido eficaz y profundamente explotada por Arlt. Sectas, cofradías, antros, círculos secretos proliferan en el Plata. El club de la serpiente de Cortázar. Los ciegos de Sabato. El culto al dios oscuro de Enríquez. Los personajes de la zona saeriana en el recinto insular de Washington Noriega. Grupos minoritarios de una circulación semiclandestina.
Como la amistad, la conspiración es una primordial forma de diferenciación del lenguaje. Un circuito lingüístico que se sustrae a lo masivo, creando su propia lógica celular. Suele presidirla una figura esquiva y doctrinal que, a la manera de Cristo o de Buda, ha de ser hablada por otros. Como todo culto compartido, la conspiración es peligrosa. Y no podría serlo de otro modo en una literatura como la nuestra, tan imbricada con la política, y en un país donde frecuentemente la política se ha replegado en sombríos grupúsculos dictatoriales. Conocedor y continuador de esta tradición, Rebord perfila al Cabrakan, personaje enigmático que ocupa el centro de influencia de los fieles al Náucrato. Irritante, inspirador, contradictorio, con una retórica que por momentos roza el discurso de autoayuda, Cabrakan es un personaje que asume la vertiginosa misión de ser el espejo roto sobre el que pueda reflejarse la búsqueda de los otros, con la secreta convicción de que lo mejor de nosotros mismos sólo pueden dárnoslo los demás. Como siguiendo el camino del héroe, el protagonista de la novela, un anónimo cronista treintañero, buscará en el Cabrakan el mito desmontable y sucesorio que le permita encontrarse a sí mismo. Comentarios al Náucrato es también una novela sobre las formas de contemporánea precariedad que asumen los trabajos vinculados a la escritura, sobre las heridas anímicas que deja el régimen del cognitariado digital, sobre inventarse una aventura deficitaria que haga valer los tediosos esfuerzos por subsistir. Permítanme además agregar una noticia epocal, de la que da cuenta esta novela: los artistas que hemos nacido en los noventas nos acercamos a la crisis de los treinta.
Hay en la ópera prima de Rebord algunas resonancias de La historia interminable: el libro como eterna búsqueda; el combate del lenguaje contra el vacío semántico y espacial; el protagonista que se desdobla en otra versión de sí mismo. En épocas de aislamiento digital y de recortes mediáticos, la novela de Rebord vindica el poder creativo y conectivo de los relatos, la capacidad fundante de una palabra cuya obra de mayor intensidad es el proceso mismo de su desarrollo, el empuje irresuelto que abre nuevos caminos. Un lenguaje que combate a la nada, creando posibilidad. En el principio era el Logos. La teología remanente de los Buscadores postula que Dios es precisamente ese poder de hacer existir algo que antes no existía. No es un hecho, es un hacer. Sabemos que en castellano la palabra “poder” tiene al menos dos acepciones opuestas: el poder como dominio sobre otros, que nos sume y nos limita; pero también como potencia, para crear, afianzar, transformar realidades. Escribir para liberar la vida, como decía Deleuze, es la tarea infinita de la literatura. Y el lenguaje esa aventura continua, insondable, en la que avanza todo Buscador.
Tomás Rebord, Comentarios al Náucrato, Planeta, 2024, 224 págs.
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