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Vértigo index veri

Bruno Grossi

TEORÍA Y ENSAYO

El ensayismo estético pone en su centro la zona de contacto entre el arte y la teoría. Quizás el mote de “ensayo” sea la respuesta a esa piel que toca y es tocada, que acerca y separa una cosa de la otra. Sin embargo, hay dos tendencias que van a contramano. La del “ensayo académico”, regido por la rigurosidad científica y las diversas prerrogativas de cualquier investigación, y la de algo así como un “ars ensayístico”, donde lo que rige la escritura y la lectura no existe a priori. Mientras que en el primero sólo hay lugar para un saber sin placer —la frigidez del paper lo demuestra—, en el segundo habría un intento de alcanzar esa zona donde el afecto y el concepto podrían convivir.

Paradojalmente, los ensayistas no formados académicamente replican lo más obvio del academicismo —lo que se aprende en el primer año universitario: “método científico”, “marco teórico”, etcétera—. La rigurosidad científica se vuelve una rigidez hermenéutica banal, desarrollada en nombre de un placer original que no otorgan cuando escriben sobre lo que leen. Sin embargo, lo mismo pasa con los críticos extremadamente académicos que reproducen un investigación pacata y disciplinaria. Ahí tampoco hay goce. Esto enseña que sólo los excedidos teóricamente pueden practicar algo así como un ars ensayístico. Vértigo index veri. La estética considerada desde el punto de vista del mal de Bruno Grossi se sitúa en este punto. Es un ensayo demasiado hijo de la década “investigadora” del Conicet, que hasta en la verdulería preguntaba por el marco teórico desde el que se hablaba. Y por eso, un ensayo hijo del exceso. O bien, la autobiografía de un becario que narra a su modo una sobredosis teórica.

Con un loop permanente entre Adorno y Bataille, en las ciento dos entradas de este libro desfilan los nombres de las más sofisticadas discusiones estéticas de la academia en sus desbordes: Benjamin, Barthes, Blanchot, Giordano, etcétera. A pesar de esas montañas de teoría, Grossi busca otra cosa: el placer después del placer. Lo encuentra en el mal. Para esto vuelve al romanticismo como asunción sin concesiones de la autonomía del arte. Antes que el juego desinteresado de una sensibilidad autosuficiente, entrevé en esa autonomía un desgarro respecto del mundo social, económico y cultural. Algo por fuera de todo orden sensible e intelectual. Pero al señalar esta intensidad como propia del arte o la literatura, su posición es la del mal donde “el arte se presenta como algo bigger than life”. No se trata de una defensa de la pose maldita, porque eso ha devenido en espectáculo y moral. Se trata del mal como una intensidad donde los párpados se tajan y deponen.

De ahí el peligro para Grossi: el arte desencadena fuerzas que pueden resultar fascistas. La respuesta es hacerse cargo de ese peligro y entregarle al ensayo la tarea de “mirar el sol de frente, hasta apagarlo” (Marcelo Fox dixit). Un iluminismo oscuro, de catacumba, que señala la “inhumanidad del mundo” tocada por el arte. Existe una consecuencia hiperpolítica acá: hay que usar el arte para dejar vacías las manos fascistas. De ahí el vértigo del ensayista. Se mueve contra la vida, el yo y la comunidad, para volver al arte de la literatura: “el ensayista busca en la literatura una respuesta, no psicológica, no sociológica, no filosófica, sino literaria (es decir formal: una cuestión de tono y de ritmo) al problema de la vida”. El ensayismo como intensificación del vértigo, como hiperautonomía.

 

Bruno Grossi, Vértigo index veri. La estética considerada desde el punto de vista del mal, Borde Perdido, 2024, 108 págs.

26 Dic, 2024
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