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Señales de nosotros

Lina Meruane

LITERATURA IBEROAMERICANA

A la manera de una antena parabólica, Señales de nosotros de la chilena Lina Meruane recoge experiencias, capta huellas, atiende las trazas del golpe de Estado a Allende y sus efectos en la historia posterior de Chile. Entre el ensayo, la crónica y la ficción, el texto se deja guiar por una voz que centraliza la experiencia, la de una narradora joven cuyos padres, profesionales, permanecieron en cierta medida indemnes, al menos en sus inicios, a las transformaciones políticas sufridas a partir de 1973. Su entrada a un colegio británico no la blindará del todo de estar expuesta a estos indicios que, como material radiactivo, seguirán hablando durante los años venideros de la violencia cometida por la dictadura.

Esa voz se encargará de trazar líneas casi invisibles entre memorias propias y ajenas, por ejemplo, las de su propia madre, cuyo recuerdo la lleva a evocar a la segunda hija de la familia Allende, Beatriz Allende, la Tati, compañera de colegio, suicidada a los treinta y cinco años cuando no pudo soportar la muerte del padre o el exilio.

Si, como afirma Nelly Richard, el golpe de 1973 en Chile no sólo destruyó la regularidad del orden social y político, sino que constituyó también una conmoción tanto del orden simbólico como en el plano de la representación, una “pérdida de la palabra” propia del choque entre lo familiar y lo siniestramente desconocido —la violencia, la muerte, el destrozo—, este texto se coloca en un terreno incómodo y recoge, como arqueólogo forense, los efectos de una catástrofe mayúscula, expansiva. Cabe aclarar que no se trata sólo de un catálogo documental de la vida en dictadura, sino más bien de puntadas, impresiones, islas que condensan y combinan de forma sagaz memoria y afecto, trauma e intuición, y se interrogan respecto de cómo pudo haber transcurrido la vida cotidiana en pleno terrorismo de Estado, de qué manera ellos —ella, sus padres, sus hermanos, sus compañeros de colegio, sus profesores— eligieron no mirar y no escuchar a pesar de aquellas señales —oblicuas, inacabadas, parciales, pero señales— que les estaban llegando. Señales de nosotros irá armándose así en breves entradas, escarceos donde palabra y silencio —como en ciertas expresiones musicales— son igual de contundentes. La protagonista y su hermano parecen, desde el inicio, haber encontrado un primer límite en la lengua: criados en Nueva Jersey, trasladados al colegio británico —a la par que crecía la complicidad entre el dictador y la primera ministra inglesa, dos manos duras—, se encontrarán con el español de Chile imposible de inteligir. La institución escolar irá desplegando en el interior, como una metonimia equivalente al exterior, una rígida organización de las labores, de tiempo, de los cuerpos, de la propia lengua. Las señales que llegan a los jóvenes de esta generación son, sin duda, de características diversas: los padres viendo programas de televisión donde la política ha sido erradicada o los edificios levantados por la Unión Popular que se disimulan en el paisaje urbano.

Hay, sin embargo, otras señales que el texto separa, secciona y que los personajes, estos jovencitos, futuros adultos, eligen no ver, como por ejemplo el hallazgo de cuerpos arrojados por la dictadura en unos hornos de cal abandonados en Lonquén. Aparece también aquí el reverso de un proyecto económico neoliberal que se cuece, aquel en que Chile funcionó como campo de experimentos, laboratorio salvaje de un sistema de libre mercado y que trajo formas de endeudamiento inéditas en la población. Muy contundente, Meruane describe: “El país entero estaba viviendo a plazo”. Con un gesto profundamente político, abre un interrogante respecto del lugar de los testigos indirectos cuando señala con intensidad: “No es cierto que nuestros recuerdos sean sólo recuerdos de un recuerdo” y allí, conjeturamos, discute con las perspectivas de la postmemoria que declaran que aquella generación no percibió sino indirectamente —a través del relato de sus padres— la violencia del Estado terrorista. Si el libro se abre con una frase tan categórica como incisiva —“Nadie sabía nada”— es porque lo que se revisa y cuestiona, en sucesivas capas, es la indiferencia o la incapacidad para leer lo atroz del presente y las heridas, aún abiertas, aún sin sutura, de ese pasado doloroso.

Estos interrogantes, como espectros, parece afirmar Meruane, continúan acechando la historia chilena: “Señales hubo siempre, pero caían a nuestro alrededor como la lluvia, sus gotas saltando, salpicando, flotando momentáneamente en el agua hasta hundirse en círculos concéntricos”.

 

Lina Meruane, Señales de nosotros, Alquimia, 2023, 69 págs.

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