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Si la colección Lector&s de Ampersand se propone invitar a escritores diversos a compartir bajo la forma del ensayo la rememoración de sus primeras lecturas, sus derroteros en el trayecto del devenir escritor, Carlos Battilana se retrotrae al deslumbramiento primerísimo, aquel de la experiencia de la lectoescritura, que lo abre al vértigo de unas posibilidades entrevistas como infinitas.
Se trata de una escena casi mítica, de la mano de la maestra de primer grado y del libro de lectura. Esas primeras luces, luces dotadas ya de toda una sensorialidad en tanto el aprendizaje de las letras va acompañado de una experiencia total, con colores, sonidos (las aliteraciones por medio de las cuales en los libros se trataba de fijar el aprendizaje de una letra, desde “mi mamá me mima” a “Elisa sale al sol”), el dibujo de la letra sobre el papel, prefiguran, con su resonancia rimbaudiana, una atención al lenguaje que se hará constante. La experiencia abre también un sendero que se bifurca, y que marca el doblez del acto de lectura a lo largo de una vida: la literatura como institución, regulada por la pedagogía escolar, y la literatura como espacio de placer y libertad.
No es ajeno a esa experiencia el hecho de que este apasionado lector y escritor haya sido un joven durante la dictadura: la poesía es entonces una actividad casi clandestina que se desarrolla en pequeños talleres, un espacio para el ejercicio de la palabra, el pensamiento, pero sobre todo una sociabilidad fundada sobre un mundo alternativo. Es también una reflexión acerca del uso del tiempo. La suspensión de lo cotidiano es lo que permite a las palabras desplegarse en toda su amplitud, lo que abre el ritmo del lenguaje y su resonancia: la poesía. “Los ritmos de diversa intensidad en relación con el fenómeno temporal habían dejado su memoria en el cuerpo. No obstante, el trance de la lectura era de otra índole. Se relacionaba con la invención de un mundo autosuficiente a través de la letra. La letra oficiaba de chispa creadora. En medio de los avatares de la vida, existía una historia literaria que podía salvarnos. ¿De qué? De lo áspero del mundo”.
Battilana contextualiza, y queda claro entonces que en nuestro país la frase algo trillada que hace del arte, y de la poesía en particular, un espacio de resistencia tiene una raigambre de verdad histórica. Es una de las delicias de este ensayo de poeta: el modo en que une las breves anécdotas de vida, elegidas como estampas (la primera infancia en un pueblo de frontera en el que convivían el español, el guaraní, el portugués, la iniciación a las letras, el carnaval con sus ritmos, el fútbol como un ritual de la amistad conurbana, un preoperatorio en el que descubre la poesía de Vallejo), al contexto de la realidad nacional, a las lecturas, a las citas que la puntúan como un ritornelo. El texto fluye entonces como ese torrente que es una vida, con la rememoración sensible de la experiencia pasada y el presente de escritura.
El relato se mueve con fluidez entre los elementos narrativos, los reflexivos, las remisiones a textos de crítica literaria y a textos teóricos, pero se instituye desde lugares de saber; hay una apropiación que hace a la vez a la comprensión y a la distancia, con un dejo de nostalgia: narrar la propia infancia es crear un mito y es, a la vez, inevitable. Battilana acepta y despliega este desafío y hace de este continuo entre vida y literatura su marca textual, una que entronca su ensayo con su estilo de poeta de la escena mínima y la palabra precisa.
Carlos Battilana, Primeras luces, Ampersand, 2023, 118 págs.
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