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Aquella ilación casi perfecta

Mercedes Roffé

LITERATURA ARGENTINA

Resplandece en este libro de Mercedes Roffé una inteligencia ordenada por la mesura, embellecida por la cortesía, guiada por la prudencia. La prudencia, sí, esa virtud cardinal, la antigua frónesis, que implica la voluntad de obrar bien, es decir, una ética. Lo particular en el caso de Aquella ilación casi perfecta es que a cada paso no sólo la reflexión sobre esa ética se desarrolla más o menos explícitamente en los poemas, sino que está imbricada en la sustancia misma de su poética, como una vocación bien definida y tenazmente sostenida por conquistar una verdadera libertad fuera de la tenaza de las oposiciones tajantes, para situarnos más bien en un gradualismo, orientado hacia la luz, que favorece los matices, la duda, las conversiones, el perfeccionamiento. Es una actitud que no prima hoy en medio de mensajes que fomentan la paranoia, la discriminación, atmósfera de la que no siempre es fácil sustraerse. La retórica de la violencia que paraliza. No es que no haya firmeza en el gradualismo de Mercedes Roffé, la hay y mucha, y es una actitud más difícil de sostener y que requiere un extremado rigor, una exigencia constante de claridad.

Los magnéticos y enigmáticos poemas de Aquella ilación casi perfecta nos permiten recapitular nuestras vidas y nuestro tiempo separando la paja del trigo para iniciar, gracias a los mapas en clave que nos ofrecen y su compleja y reverberante trama, un camino de perfeccionamiento espiritual a través de la belleza. Belleza que, como el oro, es meta de un proceso alquímico. Así leo, por ejemplo, un poema tan secreto como “Estancias”: “He cerrado la puerta tras de mí”, nos dice y repite. Se cierra la puerta a una etapa más de la vida que se deja definitivamente atrás y también se cierra la puerta de un cuarto donde se va a efectuar un trabajo de transformación alquímica: “Destilación de siena y jade y cobalto”.

Merece destacarse la importancia del diálogo en estos poemas. Hay en primer lugar un diálogo interior, un diálogo de la poeta consigo misma, una forma de avanzar cuestionándose. Una forma/diálogo que le da a su poesía un ritmo especial y exige también una forma de interpretación que tenga en cuenta este avanzar ¿autocrítico?, prudente, en un terreno que se sabe incierto, como lo dice el poema “le mot juste”: “Entre el error / lo obtuso /[…] / se abre camino / nítido y fantasmal / el velo de la idea”. Avanzar hacia una idea que está velada y es al mismo tiempo nítida y fantasmal, precisa e inasible. Porque esa idea es una verdad poética. Es la felicidad máxima que nos puede dar la poesía. El encuentro del poeta y el lector en una verdad poética. Esa idea no se agota en la contemplación, en el amor a la belleza, sino que tensa la voluntad hacia el bien. Es un “camino hacia el alba”, como dice un poema.

Sin duda, la mística de esta luz es laica, secular, aunque no deje de abrevar en fuentes de tradiciones sagradas, como vemos en el poema “Nombres”, donde se habla de “la hija de la voz”, una expresión del Talmud para referirse a una voz que proviene de Dios. Hay una voluntad de recepción de lo otro, que nunca deja de ser un trabajo de recepción y transmisión de eso otro, en un juego entre lo inefable y lo indecible, como nos da a ver un poema en torno a Wittgenstein: “Fundación de otra esencia / hacer de lo indecible, lo inefable”.

Tenemos también en los poemas mito, ciencia sagrada y ciencias profanas, geografía, historia, el Siglo de Oro, hoy y mañana, la música y las artes plásticas. Los poemas se inscriben de modo más o menos explícito en una “grilla cultural”, una especie de cuadrícula donde hay acontecimientos, autores, paradigmas epocales o tópicos vinculándose e iluminándose entre sí gracias a la dinámica de su recíproca relación. La “ilación casi perfecta” de elementos del mundo exterior (la historia) e interior (la autobiografía) se entrecruzan y potencian su sentido. La analogía es pródiga en tensiones y resonancias.

El libro tiene cuatro partes, está construido casi como una sonata, con sus distintos movimientos, con alternancia de ritmos pausados y veloces en las distintas secciones. La verdad poética se afila en la música de las palabras, cada zona, en cada sección con su propia lentitud o velocidad, sus pianissimo o sus forte que se nos imponen inconscientemente.

La primera parte, la más extensa, se titula como el libro, y deja traslucir una clara visión de la necesidad de transformación del mundo y del curso de la historia.

La segunda parte, “Teatro de sombras (Pictogramas)”, está constituida por breves poemas aforísticos que acompañan una viñeta, los pictogramas del título. Esta sección está inspirada en el estudio que hizo la poeta de textos de los chippewa, un pueblo originario del sur de Canadá y el norte de Estados Unidos. “esto encuentro yo inicuo: / un arado, una azada o rueda / atrapada / en el mismísimo surco / que acaba de labrar.” Es casi una poética.

En la tercera parte, titulada “el alud”, el diálogo, que antes aparecía más bien como “diálogo interior” o ritmo monologante, se abre en voces claramente distintas, línea a línea, aunque la identidad de los hablantes permanezca ubicua y relativamente inidentificable. Son poemas para leer a dos voces, que se precipitan como una catarata, provocativos y fustigantes.

La cuarta parte, titulada “Murmullos / Extravíos”, tiene un tono más íntimo, más sereno, quizás hasta melancólico, por momentos oscuro, más cerca de una pudorosísima y velada transparencia autobiográfica que concierne al amor y a la poesía. La que cerró las puertas también las abre: “Recuerdo el color del aire y la estrella fija en el cielo la noche que llegó ella –la mágica, la guarecida. La que traía consigo la música y la barca, el relámpago y la candela. La que nos abrió las puertas de nuestra propia casa. La que nos cantó y acunó hasta que adormecidos, llegáramos a vislumbrar el álgebra luminosa”.

Dejando de lado la fijeza de las polaridades, la inteligencia (el “intelletto d’amore”) elige la vía de la trasformación, de transmutación, un dinamismo liberador y creador que se llama amor y conduce hacia el amor. Eludiendo la trampa de enfrentar al monstruo. Evitando la tentación de la identidad, soslayando la violencia de las oposiciones. Por ejemplo, en “Leyendo a Georges Perec”, poema que habría que citar íntegro, se precisa el peligro de “Esa urgencia esa / aniquiladora necesidad de ser de ex / istir / de insistir en ser / afuera…”. Es preciso, más bien, “mudar de estado”, “cambiar de atuendo”.

Las preguntas por la memoria, las huellas de la infancia y de la adolescencia, (la poeta “escrita por lo que fue, por lo que no recuerda”), la epifanía del papel en blanco, el temblor del desamparo. A lo largo de este libro es explícita la vocación de Roffé por esa libertad básica para crearnos a nosotros mismos como se crea en el poema con el oro de la palabra.

 

Mercedes Roffé, Aquella ilación casi perfecta, Bajo la Luna, 2024, 88 págs.

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