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En “La ciudad pajaril”, una crónica incluida en su libro Animales (2019), Hebe Uhart narra su viaje a una reserva natural de caldenes —los árboles autóctonos de la provincia de La Pampa— acompañada por un conservacionista, Miguel Ángel Fiorucci, y un ornitólogo, Miguel Santillán. Los dos Migueles, como los llama Uhart, la interiorizan en lo que implica habitar el monte de caldén, cuya fauna autóctona corre peligro tras la llegada de cazadores furtivos y cuya flora sufre recurrentes incendios causados por la mano del hombre. Uhart describe a Fiorucci como un Don Quijote de La Pampa recluido en una reserva natural que actualmente lleva su nombre.
Fiorucci es ahora el protagonista de El crepúsculo de las especies, la nueva película de Alberto Romero, que lo retrata como el último guardián de los bosques de caldén. Se trata de una distopía ambiental que proyecta un futuro de extinciones masivas en el que los seres humanos se ven obligados a migrar a otro planeta. La narración está a cargo de Diana (Marta Lubos), una anciana bióloga que, desde el año 2062, se retrotrae a 2022. En esta línea narrativa, Diana, su hija pequeña y los dos Migueles se adentran en el monte de caldén para cuidar a los seres vivos que lo habitan. La película retrata nuestro presente como un momento bisagra: la degradación ambiental es tan acelerada que, como afirma la bióloga, “volver al monte después de un mes era volver a un monte completamente diferente”. Los primeros minutos de la película nos confrontan con la extinción de innumerables especies que en el presente se consideran exentas de amenaza (como el caldén) o de preocupación menor (como el ciervo colorado).
Fiorucci vive a las afueras de Naicó, un pueblo que también ha sufrido varias extinciones a lo largo de la historia. Fundado en 1911 como una colonia agrícola, Naicó tuvo su esplendor a principios del siglo XX cuando colonos europeos y hacheros del norte argentino se beneficiaron de abundantes precipitaciones. Sin embargo, un período de sequía en la década de 1930 causó la migración de estas familias y condenó al pueblo al olvido. Hoy en día, Naicó tiene menos de diez habitantes y sólo se puede llegar a él por caminos de tierra.
La película está filmada con cámaras infrarrojas que permiten capturar la vida nocturna en el monte de caldén —especialmente los ciervos, que emiten un bramido en sus épocas de reproducción— y contribuyen al extrañamiento de ver un ecosistema desequilibrado. Como afirma Miguel Fiorucci, “con esa cámara lo vivo parece más vivo y lo muerto más muerto”. Esta decisión estilística se corresponde con la idea de crepúsculo que da título a la película. Romero juega con el doble significado de esta palabra. El crepúsculo es tanto el atardecer como el fin del planeta Tierra tal como lo conocemos actualmente. A través de las cámaras infrarrojas, Romero nos muestra cómo el monte de caldén, que es descrito por la narradora como “un lugar muy terrestre, muy terrícola”, se va convirtiendo en una tierra baldía o, como señala Diana, en un paisaje embrujado.
El crepúsculo de las especies se inserta en un género artístico que podríamos denominar futurismo pampeano. La narración consiste en una carta de la bióloga a su nieta, que está por embarcarse en una nave que la llevará a otro planeta. Los viajeros han compilado un archivo de la extinción, compuesto por grabaciones del bramido de los venados y el canto de pájaros desaparecidos, así como semillas de las plantas que sobrevivieron al apocalipsis climático. El elemento especulativo también aparece en la capacidad de Miguel de entender el idioma de los pájaros, que la película traduce al español a través de subtítulos. Los pájaros emiten mensajes de alerta sobre el inminente incendio de los montes, como “la tierra arde, el monte quema”. Otros ejemplos recientes de futurismo pampeano son las novelas El viento de la pampa los vio (2022) de Juan Ignacio Pisano y La infancia del mundo (2023) de Michel Nieva, que comparten con la película de Romero la proyección de una pampa acechada por el calentamiento global y la extinción de sus especies no humanas.
A la vez que se anticipa a un futuro no tan remoto en que la Tierra se ha vuelto inhabitable, la película también abreva en el pasado ancestral de la región pampeana mediante las creencias del pueblo ranquel. Entre los objetos que la bióloga le obsequia a su nieta para llevarse al nuevo planeta se encuentra un libro de poemas ranqueles que, según la leyenda, los pájaros del monte les dictaron a los miembros de esta comunidad. El último caldén preservado en el Jardín Botánico Carlos Thays, en Buenos Aires, recibe el nombre de Uruk Huitrú. Mientras que Uruk hace referencia al lugar en la antigua Mesopotamia gobernado por Gilgamesh, el héroe épico que se creía inmortal, Huitrú es la palabra ranquel para árbol sagrado, que es como esta comunidad indígena designa al caldén. Esta mezcla de especulación y ancestralidad delinea una temporalidad que el escritor indígena Ailton Krenak denomina “futuro ancestral”, y que refiere a la necesidad de aprender de las estrategias de supervivencia de las comunidades indígenas, que ya han atravesado varios fines del mundo desde la llegada de los colonos europeos, para afrontar el próximo apocalipsis.
Antes de escribir esta reseña, viajé a Naicó para visitar el monte de caldén que Miguel Ángel Fiorucci defiende de los incendios y la caza ilegal. Varios de los edificios del pueblo, incluida la iglesia, yacen en ruinas. La provincia de La Pampa ha colocado carteles en cada rincón del municipio. Mientras que algunos cuentan la historia del auge y la caída de Naicó, otros advierten a los visitantes sobre los peligros de caminar entre ruinas y de encender fuego. La película de Romero captura esta confluencia entre apocalipsis pasados y venideros, en un momento clave en el que los incendios forestales arrasan con varias zonas de la Patagonia argentina y auguran un futuro negro para la flora y fauna de la región.
El crepúsculo de las especies (Argentina, 2025), guion y dirección de Alberto Romero, 79 minutos.
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