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La publicación de la poesía reunida de Alberto Szpunberg permite redescubrir una obra excepcional que pone en perspectiva a este autor, como no se lo había hecho antes, para convertirlo en imprescindible. La inclusión en este amplio volumen de sus últimos libros inéditos contribuye en no poca medida a sostener esa afirmación, pero tampoco hay que olvidar que Szpunberg vivió en Barcelona y no publicó en Argentina durante más de veinte años; es decir que algunas zonas de su poesía permanecían desconocidas. El recorrido que puede leerse va desde los primeros libros –atravesados por tonos y referencias propios de la poética del sesenta: el coloquialismo, el tango, la participación política militante, como en El Che amor (1965)–, hasta los últimos, donde se acentúan las notas íntimas, inusuales podría decirse para un poeta que no es clásico, sino que toma de la contracultura sesentista ironía y modos de la antipoesía. Pero entre estos componentes emerge de pronto una lírica limpia y conmovedora, a la que su última producción da más abierto cauce. Con frecuencia en su discursividad aparece una interlocución, un ella o un vos amoroso, motivo de reflexión y de pasaje desde zonas de lo cotidiano hacia una visión poética más inasible. Un gesto que recuerda a Paul Éluard y que es poco común en otros escritores de su generación. El amor se presenta como aquello que permite salir de la introspección y llegar a una percepción sensible del mundo, de la naturaleza, donde todo adquiere el valor de la extrañeza y la justificación gozosa del habitar. Dice en Apuntes, por ejemplo: “contra qué ventana ver los hilos de la lluvia sino en tus ojos”; o bien: “Esta noche apoyaré mi cabeza sobre su corazón y escucharé el mar”. Pero además, en el itinerario de la poesía de Szpunberg se hacen visibles las circunstancias de la época desde el ojo de quien vivió la represión de los setenta y el exilio, las pérdidas y el desgaste. Se muestran como retazos los allanamientos, los pañuelos blancos, el miedo a los golpes en la puerta, sin autoconmiseración, con el vitalismo de alguien siempre dispuesto a prender el fuego de la hornalla y redescubrir resplandores, el asombro herido. En el centro de esta poesía brilla La academia de Piatock (2008), libro que cristaliza las características de su escritura pero aligeradas de imperativos. Ideas e imaginaciónconfluyen en una gran asamblea, a través de diferentes voces que imitan deliberaciones filosóficas, proletarias, con una carga de autoironía no exenta de ternura ni carente de idealismo. Se agregan aquí referencias a la cultura judía, pasadas por el tamiz crítico y no practicante de un poeta que sin embargo rescata una raíz religiosa y rearticula ese imaginario en su presente. Así, en libre composición poética, aparecen versículos, milagros hechos de cosas insignificantes, narrados como si fueran pasajes bíblicos. Esta capacidad de recrearse, que también se manifiesta por medio de enumeraciones, pies de página, globos de historieta, el traslado al presente de la escritura de textos escritos en otra época, habla de un gesto de escritura que es apresamiento tentativo siempre abierto. Dice Szpunberg en Luces que a lo lejos (2008): “comenzaba a descubrir que, más incontables que la arena, infinitos eran los ecos de cada palabra y cada silencio”. Una obra reunida para leer con detenimiento y seguir las modulaciones de una voz que no deja de abrirse y de alimentar su cercanía íntima con lo que nombra.
Alberto Szpunberg, Como sólo la muerte es pasajera, Entropía, 2013, 466 págs.
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