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TEATRO

Nunca es fácil poner en escena un clásico y menos aún si hay que vérselas con el top one del canon de Occidente. Los riesgos son enormes y oscilan entre la solemnidad mal entendida, la reverencia genuflexa, la actualización de cartón pintado, las pretensiones desmedidas y el sopor de una platea que no confiesa su fastidio porque la avergüenza desatender al consagrado. Por eso, lo que hace Gabriel Chamé Buendía con Othelo es —literalmente— fuera de serie.

Fundador de El Clú del Claun, investigador, pedagogo, director en Buenos Aires y en Europa, Chamé Buendía —crédito vernáculo en el Cirque du Soleil por varios años— consigue en este espectáculo refinadísimo encontrarle el pulso a Shakespeare. Y lo logra porque se le anima a la tragedia desgranándola en clave de humor, para venir a confirmar lo que el inventor de lo humano (al decir de Harold Bloom) ya prefiguraba en sus obras: que lo cómico es el revés de trama corrosivo y deformado de lo trágico, que uno incluye necesariamente el otro, que separarlos es inútil porque —cara y ceca de la misma moneda— convergen irremediablemente.

Cuatro actores especialistas en el teatro físico, el clown y el burlesco —Matías Bassi, Julieta Carrera, Hernán Franco y Martín López Carzolio— se ponen al hombro la casi totalidad de los personajes de la tragedia y los vuelven impactantes en cuanto a la precisión, la gracia, el juego escénico y la calidad de su presencia. Si la especificidad del teatro radica en el cuerpo del actor, no cabe duda de que Othelo nos conecta con el teatro en su condición más pura. Si además se supone que es fiesta, en esta los anfitriones han puesto toda la carne al asador. La alusión a que estamos ante una obra del Bardo se vuelve guiño y gag permanente, haciéndole honor a uno de los procedimientos más reconocidos de la dramaturgia shakespeareana.

Como si esto fuera poco, el espectáculo tiene una marca insoslayable y casi siempre difícil de conseguir. Es el aspecto que hace a su diferencia. Othelo de Chamé Buendía logra volver a Shakespeare nuestro contemporáneo, como lo pretendía Jan Kott desde su ensayo homónimo. Ahora el negro de Venecia comparte la consideración xenófoba con que se estigmatiza al peruano, al paraguayo o al boliviano desde la mirada racista. Ahora el asesinato de Desdémona deviene violencia de género; los celos del moro, violencia doméstica, y los de Yago, envidia pura y dura. Al mismo tiempo Emilia, la mujer del alférez, es un desopilante personaje cordobés, y el teniente Michael Casio, una desviación estrábica del finado Michael Jackson. ¿Qué hacer con semejante mixtura? Yo me pliego a la risa. Aunque tranquilamente, fascinada y conmovida, también podría ponerme a llorar.

 

Othelo, de William Shakespeare, adaptación y dirección de Gabriel Chamé Buendía, La Carpintería, Buenos Aires.

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