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El proyecto virtual de Marcelo Pombo, Museo Argentino de Arte Regional, y las recientes investigaciones de Guillermo Faivovich sobre una escultura de Lucio Fontana del Museo Castagnino son dos ejemplos claros de una nueva tendencia a la resucitación de la historia del arte argentino, cuyo más convencido cultor es el joven Santiago Villanueva, quien ganó en diciembre el Premio del Salón Nacional de Rosario con una obra que dio que hablar. ¿Qué hace Villanueva? Estudia historia del arte argentino. Pero (al igual que Pombo) no se dedica a las corrientes progresistas que, en teoría, funcionarían como modelos de acción para los artistas de hoy. Se inclina por los críticos nacionalistas, los artistas conservadores, los pintores considerados derivativos y provincianos, en fin, por todo ese magma de objetos y sucesos dormidos en archivos que en general sólo consultan historiadores, de escasa conexión con los intereses contemporáneos. ¿Y qué hace con ellos? El trabajo consiste en desempolvar esas ideas e imágenes y, con lenguajes y procedimientos de reenmarcado altamente valorados por el arte actual –como la gestión institucional o la transformación de la exposición en espacio discursivo–, reinstalarlas en el terreno contemporáneo. En 2011, con el dinero del Premio Petrobras, Villanueva compró una obra de Anselmo Piccoli para donarla al museo de su pueblo natal; al año siguiente, invitó a un historiador del arte a leer un texto de José León Pagano sobre el nacionalismo frente al joven público de la galería Abate, sin revelar el autor.
Su último proyecto premiado en Rosario, Museo del Fondo del Paraná, fue el más audaz: se postulaba como una obra de crítica institucional que inventaba una forma de exhibición específica para el patrimonio local. Consistió en la adquisición de tres obras –un Piccoli, un López Claro y un Rebuffo–, que fueron sometidas a un tratamiento supuestamente “nacionalista” de inmersión en las aguas del Paraná. Luego Villanueva las exhibió así, castigadas, telúricas, en su flamante Museo alojado por el Castagnino+Macro. El bautismo barroso tenía la función poética de devolverles a las obras una humedad que les sería propia, cubriendo las imágenes originales de un suave velo informalista o de una melancolía villarrojense que, al profundizar la entropía histórica, las haría vibrar en su adecuación política con el barro como paisaje natural y con la ruina como sino cultural. Algunos, por supuesto, se molestaron. Porque ¿por qué? ¿No son incluso estas obras menores, como dice Villanueva en su texto, un patrimonio? No estoy segura de que la obra me inquiete en este sentido, pero sí me interesa el caso para pensar el contexto cultural de la acción: ¿cuáles son las relaciones entre este revisionismo de la historia del arte nacional y el movimiento centrípeto del sistema del arte actual? La apertura a la historia propuesta por estas obras ¿produce la convicción de que hay algo propio (un legado, un paisaje, un destino o condición) a lo cual deberíamos responder estéticamente? ¿Existe hoy un nacionalismo progresista en el arte? ¿Sirven estos términos para pensar el arte argentino de hoy, cada vez más acuciado por un provincianismo estético e institucional que por momentos parece sin salida? ¿No será que este renovado gusto academicista funciona como un nuevo autoexotismo, que aceptamos porque nos llega enmarcado por procedimientos y lenguajes propios del arte conceptual?
Santiago Villanueva, Museo del Fondo del Paraná, Salón Nacional de Rosario, Museo Castagnino+Macro, diciembre de 2012.
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