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“¿Dónde está Piazzolla?”, se preguntaba Luis Alberto Spinetta en 1991 en la revista La Maga. “Eso es tremendo (…) está en un letargo… Perdón, tal vez esto no les guste a sus familiares, que aún esperan que suceda algo, pero Piazzolla en ese mundo, sometido a esa carencia de mundo, es una especie de bomba atómica debajo de la tierra”.
“Esta es una bomba de tiempo, nena, y nadie sabe cómo detenerla”.
“Y que durar sea mejor que arder”.
En la segunda de estas frases de canciones de 2006, Gustavo Cerati invirtió el postulado de Neil Young que Kurt Cobain citó en su carta suicida. En un trágico giro, se hizo carne en esa frase de la manera menos pensada.
La lucha de Piazzolla —quien, petardista hasta el fin, meses antes de su ataque no tuvo palabras agradables para Soda Stereo— duraría hasta el 4 de julio de 1992. A diferencia de él, Cerati nunca logró siquiera despertar. La declaración de Spinetta, aplicada a su mejor fan, es quizá más elocuente que la poesía que le dedicó después de visitarlo y ofrendarle una guitarra.
Estos cuatro años y medio de estado de coma concluidos el 4 de septiembre, como esos acordes de cuarta suspendida que tanto le gustaba a Cerati emplear en sus canciones, fueron, precisamente, una suspensión esperando una resolución que nunca llegaba. Entre las cuestiones sin resolver no estaba sólo el duelo, sino pensar el lugar que Gustavo ocupa en la música popular y, al igual que sucedió con Luis Alberto, el vacío que nos dejó.
Retrocedamos diecisiete primaveras. Los suplementos juveniles despedían a Soda Stereo y aventuraban posibles sucesores. Es casi gracioso revisar hoy esas notas, con nombres en su mayoría desconocidos para las siguientes generaciones.
Hay que ir más atrás, a los grupos invitados para los Obras de Dynamo (1992), para encontrar a alguien que haya sabido capitalizar un proyecto estético personal: Babasónicos, quienes de todas formas, una vez alcanzada la masividad (en una escala menor que la de Soda Stereo o la de contemporáneos como Los Piojos o La Renga), nunca tuvieron una apuesta tan piantapúblico como Dynamo.
The Beatles, David Bowie, U2, Soda Stereo. Con las particularidades de cada caso, estos artistas supieron incorporar a su obra lo que estaba pasando en el under; en el caso de Cerati, además, procesó lo que sucedía en los centros de poder del rock: esto no le impidió destacarse en su veta folclorista, grabando bagualas con Leda Valladares o escribiendo canciones como “Sulky”.
Quizá no sea casualidad que Ahí vamos (2006) y Fuerza natural (2009), sus dos últimos álbumes, sean también los más clasicistas. Que no es lo mismo que decir regresivos: para entonces, Internet ya había puesto la información musical al alcance de todos. El modelo de cuevas de importados y viajes al exterior ya era prescindible, aunque Cerati continuó practicando su melomanía (algo poco característico en el ombliguista músico argentino) llenándose de discos en su última gira.
No obstante, toda esta data a un clic de distancia, que a principios de los ochenta era parte de un circuito de entendidos, sumada a una mayor facilidad para grabar un disco, no ha formado nuevos artistas capaces de acercarse al lugar de Cerati, tanto en lo artístico como en lo popular. Claro que, por más anécdotas que haya sobre las dificultades técnicas de Soda Stereo a la hora de realizar su primer álbum, hoy no existe una industria dispuesta a bancar el desarrollo de un nuevo artista.
Del “Luca no se murió, que se muera Cerati” que se escuchaba en shows de Los Redondos y Divididos (artistas que terminaron incorporando electrónica en su música y tuvieron que explicar a sus públicos que no había nada de malo en eso) al “Cerati no se murió, está tocando con Pappo para los pibes de Cromañón” que se cantaba fuera de la Legislatura el 5 de septiembre, hay un arco que, aun en el disparate del segundo cantito (no por el encuentro con Norberto), traza un triunfo estético.
Pero no hay que olvidar que, a partir de 1999, Cerati tuvo que luchar contra su propio Dicen que soy aburrido: los stencils que lo acusaban de “viejo choto”. Ya no era un tema de “barrio versus chetos” (cualquier archivo, además, ilustra lo heterogéneo que podía ser el público de Soda); a Cerati lo habían empezado a correr por la izquierda del indie.
Aun con sus desbordes (un uso excesivo de samples en momentos del vivo de Bocanada; Siempre es hoy, un álbum que se aprovechaba en demasía de la duración del cd), Cerati nunca dejó de apuntar a un nivel artístico prácticamente ajeno a nuestro medio.
Sea como fuere, ni entre críticos ni entre admiradores se pueden encontrar figuras que reúnan estas cinco características: ser notable tanto cantando (lo mejor del proyecto Once episodios sinfónicos, con sus arreglos hit or miss) como expresándose en un instrumento, escribiendo canciones (de todas las formas posibles, desde la guitarra criolla hasta construyendo armonías con acordes de Elvis Costello sampleados en una laptop, pasando por la zapada dirigida), produciendo y cultivando una imagen que incluía una gran sensibilidad gestual.
Ya es difícil encontrar nuevas figuras que reúnan dos de esas condiciones, mucho menos un continuador para Latinoamérica del modelo de exportación que Sandro instauró en el 69. Lo que hoy se nos quiere vender como pop rock o novedad, por lo general, es lo mismo que sucede con las nuevas bandas tributarias de la corriente barrial: una degradación de una degradación. Un grupo pop “revelación” refrita los tics indie de otro paquete del mismo sello; de la misma forma, siguen apareciendo hijos bastardos de una noche entre Andrés Ciro y Ricardo Arjona.
El trono que Soda Stereo dejó vacante en 1997 no fue ocupado por nadie más que por Gustavo Cerati (y en lo comercial, por la breve vuelta del grupo). Eran otras épocas, otros contextos de recepción, otra industria y otra clase de artista.
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