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The Workshop

Gilad Ratman

ARTE

Los videos que se proyectan en loop en las cinco pantallas que conforman esta instalación audiovisual corresponden a la prehistoria de la obra. Esto es, al momento en que Gilad Ratman filmó la travesía simulada de una treintena de performers ingresando en el Monte Carmelo; su éxodo de Israel por antiguos túneles hidráulicos y su llegada al Pabellón Israelí en los jardines de la Bienal de Venecia; al registro de la primera etapa del workshop, donde cada uno esculpe su autorretrato en arcilla y se identifica con la opacidad de la propia imagen, dando inicio a un taller vocal. Esas voces guturales viajan por los micrófonos hasta una consola donde son transformadas en música de fácil consumo por un técnico de sonido devenido en DJ.

La narración, sin embargo, no se presenta de forma lineal. La multicausalidad generada por el montaje de las pantallas ubicadas en tres pisos distintos del museo evade la lógica temporal, deja en evidencia la manipulación característica del aparato cinematográfico y habilita una interpretación que cuestiona los límites entre ficción y realidad. Es aquí donde comienza la historia de la obra.

Durante el recorrido, el espectador es forzado a escindir sus sentidos y a encontrar significado a partir de la propia experiencia, de sus restos; a llevar a cabo su propio workshop. Mientras el ojo transita, de manera interrumpida y vertical, las imágenes circunscriptas a una determinada tela en el espacio, el oído —sin párpados— realiza un periplo transversal y englobante, captando lo intangible y omnipresente. La tradicional hegemonía de la vista, que lleva al individuo hacia el exterior, a concentrarse fuera de sí mismo, queda postergada por la creación de un espacio sonoro que potencia el sentido de la interioridad. Esta percepción fragmentada tensiona el cuerpo y lo pone en movimiento, lo obliga a retroceder sobre el propio recorrido para esclarecer lo no dicho y rellenar los huecos que exige la excavación de Ratman por las distintas capas de realidad-ficción.

De regreso al inicio, descubrimos que aquello que el artista cuestiona es la causalidad presupuesta y alimentada por todo contrato social, al que implícitamente se adscribe como miembro de un Estado-nación. La alternativa es una comunidad ad hoc sin jerarquías, en la cual las construcciones culturales —lenguaje, nacionalidad y religión— quedan suspendidas. Este sistema encuentra en la obra de arte per se el elemento aglutinador que hace posible la identificación temporal y elimina —como el sonido— las fronteras que separan Haifa de Venecia y de Buenos Aires. Sin embargo, para que The Workshop produzca empatía, el artista debe operar con herramientas que resulten familiares. Sustenta entonces su discurso apelando al pathos del espectador, pero allí donde la retórica del aparato estatal y del cine mainstream tienden a crear la ilusión de una realidad plana y unívoca, Ratman ofrece la utopía del instante que autoriza la experiencia de un momento epifánico.

 

Gilad Ratman, The Workshop, curaduría de Sergio Edelsztein, MACBA, Buenos Aires, 3 de octubre – 9 de noviembre de 2014.

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