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Primero fue una intuición, después, una comprobación, corroborada por la propia industria del espectáculo: el cine industrial de calidad pierde desde hace algunos años buena parte de sus mejores atributos en manos de las series televisivas, y esto incluye una evidente sangría de actores, directores, productores y guionistas. En eso nos encuentra la primera frase de este libro de ensayos de Jorge Carrión: “En el principio no fue el cine”, como para recordarnos que el cine nos acompaña desde hace poco, y que otras son las artes miméticas que lo aventajan, por siglos, en la historia de la representación. Como si la consigna fuera “dejemos de hablar del cine como el último gran arte y miremos sin prejuicios a su hija bastarda, la televisión”; porque esta, dice Carrión, es “la época dorada de la teleficción”. Y en definitiva, “televisión” o “cine” tal vez sean hoy dos significantes cargados de sentidos que vienen de pasadas realidades antes que maneras de nombrar modos de producción audiovisual específicos aún distinguibles entre sí. Carrión sube la apuesta y no deja de hablar de “novelas” cuando se refiere a algunas de las series más icónicas de estos tiempos, a pesar de que en su sustancia está la repetición como mecanismo, es decir, la serialidad, antes que la singularidad de la autoría o de los procedimientos. Para complicarnos las cosas y no dejar que nos relajemos del todo, sin embargo, en este mundo también hay autores y artefactos estéticos.
El caso emblemático de esta nueva época es, por supuesto, The Sopranos, la gran “novela” teleseriada que, recuerda Carrión, manifiesta la deuda con el progenitor cinematográfico en buena parte de sus episodios, liberando así a las ficciones que le siguen del peso de la cinefilia explícita. La crítica no ha dejado de mencionar a su ¿autor?, David Chase, su carácter metaficcional y su genialidad narrativa desde las primeras temporadas hasta hoy, varios años después del inquietante final del último episodio. El propio Carrión narra su encuentro con la serie como una escena de iniciación transformadora: “vi The Sopranos y, gracias a ella, viví una de las experiencias más intensas de mi vida como lector”. Ocurre que, para quien firma estos ensayos, las grandes series del momento son “literatura expandida”, presentan una complejidad narrativa que demanda lectores “literarios”. En la nueva escritura teleserial, de hecho, predominan lo alusivo, la elipsis, la intertextualidad, las tramas que se cruzan en un vértice sutil. Como en un Aleph, en el mundo de las series conviven múltiples universos paralelos, dice Carrión, y a esta altura de las argumentaciones es bien claro que su libro debería haberse llamado, para ser fiel a sí mismo, Teleborges (una escena representativa, un eslabón perdido de ese Teleborges en versión Carrión podría ser el Sawyer de Lost leyendo en la isla La invención de Morel). En la ficción televisiva pasada por la mirada Carrión están, además, las poéticas modernistas, pero también el hiperrealismo documental (por el imaginario crudo de Sopranos o The Wire), los realistas decimonónicos (porque las ficciones son laboratorios de experimentación de una experiencia humana cambiante), la física cuántica como inspiración (por la multiplicidad simultánea de estados) y hasta la “pedagogía social” (por la anticipación de grandes cambios históricos).
A todo esto lo acompaña el ritual de los iniciados que multiplican el culto a las series y a sus personajes por las redes sociales. Porque, como en otros casos de apasionamiento lector, para Carrión el fenómeno contemporáneo de las teleseries se formula, antes que nada, como una cuestión de fe. Y no hay dudas de que, con sus entusiasmos proliferantes —a veces exagerados o difíciles de compartir a la distancia— y sus muchos recursos persuasivos, este libro es el diario de experiencias de un creyente que vio y volvió para contarlo.
Jorge Carrión, Teleshakespeare. Las series en serio, Interzona, 2014, 224 págs.
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