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Entre la crónica de viaje (la experiencia del autor en Turín) y la biografía en paralelo (Nietzsche y Pavese), entre la confesión (sobre la orfandad) y el ensayo libérrimo (sobre vida, sexo, Freud, arte, familia, herencia, nazismo y literatura), La inmensa soledad ya sería un libro de difícil clasificación si sólo fuera literatura, sucesión ensayística de ritmo poético. Pero es imposible clasificarlo porque, además, inventa —o al menos reconfigura radicalmente— un idioma híbrido de palabras y dibujos.
Mediante ilustraciones muy poderosas, a veces incluso contagiadas de furia, en blanco y negro, que tanto retratan a los protagonistas históricos como capturan paisajes naturales o industriales, caligrafías o incluso el estilo de Van Gogh o de Pollock, el texto se enriquece estratosféricamente. La literatura a veces se impone, otras se subordina o incluso desaparece. “Yo no hubiera podido pintar Turín. Ni escribirla ni describirla”, nos dice el narrador, como si el artista francés partiera de la imposibilidad para, tras un arduo proceso de trabajo, encontrar en el collage reflexivo, más impresionista que erudito, una fórmula difícil de resultados brillantes.
Los materiales se alternan a partir de esta cita de Heráclito: “La más bella de las composiciones es semejante a un montón de basuras reunidas al azar”. De los detritos de algunas vidas de filósofos, escritores o artistas, y de la suya propia de lector huérfano, nace una poesía extraña y melancólica, por momentos oscura. El libro dialoga con otros laboratorios textovisuales contemporáneos, como los de Anders Nilsen, Andrzej Klimowski u Horace Dorlan, por mencionar nombres de quienes también optan por el formato libro para dar a conocer sus obsesiones. Absolutamente recomendable, en fin. Y, como se ve y felizmente, en relativa soledad.
Frédérik Pajak, La inmensa soledad. Con Friedrich Nietzsche y Cesare Pavese, huérfanos bajo el cielo de Turín, traducción de Javier de Prado Biezma, Errata Naturae, 2015, 320 págs.
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