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Tokio, “la ciudad asimétrica que carga en sí misma todas las otras ciudades y ninguna de ellas”. Un joven ejecutivo japonés, Shunsuke Okuda, se enamora de una camarera polaca, Iulana Romiszowska. El papá de Shunsuke, el señor Atsuo Okuda, vigila al hijo desde la Sala del Periscopio, una red de espionaje, su red de espionaje. El señor Okuda también es poeta y tiene una lovedoll ultrarrealista diseñada por él mismo, Yoshiko, a la que le habla y lee poemas. Una historia de amor tejida con varios hilos, desde el fragmento y la conjunción armónica de voces que cuentan.
Comenzamos por el final y entramos en un flashback. Vemos. Nos convertimos en voyeurs, los lectores somos miembros de la red de espionaje, estamos en el submarino observando la vida de estos personajes, inmiscuyéndonos en su intimidad, en sus temores, en sus miedos y deseos. En su historia de amor. “Mirar y ser invisible”, tal parece el propósito de los narradores. Y el libro, en su conjunto, postula una mirada extrañada y reflexiva ante los acontecimientos, ante la dinámica de la ciudad y ante los temas que se van hilvanando.
Recorremos la ciudad, conocemos la historia y volvemos al final con la sensación de estar ante una distopía, efecto creado por la mezcla de la ficción literaria con la del cómic, del animé, del cine y de la televisión. Y porque Tokio en sí parece encarnar una posible: la urbe de “las personas invisibles”, un lugar, una sociedad que puede parecer irreal, ficticia, fría, a medio camino entre lo onírico y la idea de futuro, ente fantasía y realidad. Tokio: esa ciudad que puede ser cualquiera y ninguna.
El único final feliz para una historia de amor es un accidente, de João Paulo Cuenca, es un artefacto literario ambicioso, logrado, que propone y plantea asuntos relacionados con el hombre de hoy: la tensa relación entre realidad y ficción, la complejidad de la forma de relacionarnos con los otros y asumir los sentimientos, el simulacro, el fetiche, el voyeurismo, lo cyborg, el culto a la imagen.
Cómo contar esta historia, cómo hablar de esa ciudad, cómo decir de esos tópicos. Cómo mirar. El relato de El único final feliz… se vale del fragmento y de distintos narradores, sí, pero también se articula desde la repetición, la reiteración, los silencios y la superposición de tiempos y del condicional. En este libro, la literatura se explora a sí misma, busca sus límites y sus posibilidades. La forma, el juego con el decir es la carta que completa la arriesgada, ambiciosa y estupenda apuesta de esta novela.
João Paulo Cuenca, El único final feliz para una historia de amor es un accidente, traducción de Martín Caamaño, Lengua de Trapo, 2012, 149 págs.
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