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TEATRO

La verdad de la milanesa es la milanesa (véanse Aristóteles, Hegel, Marx, Perón). No es fácil describir las virtudes de la adaptación y puesta de Jettatore que ha llevado a cabo Mariana Chaud. Bastaría con decir que todos han hecho todo bien. Y además han hecho todo bien en conjunto: la obra funciona con perfección orgánica. Cualquier otra afirmación se deduce analíticamente de esta. La puesta es, por eso, extraordinaria en términos estadísticos, pero su correcta descripción es del orden de lo corriente. Sencillamente está todo bien. Uno tiene la impresión de que ante cada problema de puesta o adaptación se ha elegido siempre la mejor opción. El vestuario y la escenografía (¡Gabriela Aurora Fernández!) son una maravilla —todo vestuarista o escenógrafo o director de arte debería ver la obra—, todas las actuaciones son ejemplares —todo actor debería ver la obra—, la dirección es estupenda —todo director…—, y así podría continuar con todos los rubros.

La puesta es clásica de todo clasicismo, dentro de la tradición del sainete y del vaudeville —empieza incluso con una ortodoxa “captación de benevolencia”—. No es pretenciosa en su propuesta; es perfecta en su realización. La adaptación añade una trama que copia y duplica la historia principal de la obra original de Gregorio de Laferrère —un gran acierto también en el último episodio de Star Wars, El despertar de la fuerza—, pero en otro nivel. Hay un jettatore entre los actores, además del jettatore entre los personajes. Contra cualquier expectativa, esta modificación funciona sin fricción ni ruido alguno, pues las dos tramas están tan bien entretejidas por las actuaciones, que el todo funciona como una orquesta perfectamente dirigida. Es tan solvente la combinación de tramas, la trama añadida está tan poco en primer plano, que la disolución de una trama en otra es acabada, y uno no puede evitar sorprenderse de la enorme sabiduría de la directora, que optó por no remarcar nada. No casi nada, nada. Y los instrumentos suenan de maravilla: Andrés Caminos, Damián Dreizik, Katia Szechtman, Raquel Sokolowicz, Nicolás Levín, Alejandro Vizzotti, Gadiel Sztryk, Tatiana Emede, Sol Cintas, Julián Rodríguez Rona (músico).

En contra de los usos teatrales, Jettatore nunca busca resaltar algún elemento, nunca le quiere recordar al espectador aquello que él ya sabe. Esto sucede más a menudo en el cine, pero es muy infrecuente en el teatro. Es la puesta de una directora increíblemente madura.

La comicidad de la obra recuerda la mejor tradición de las directoras contemporáneas, es decir, Ana Katz. El histrionismo de las actuaciones recoge la mejor tradición del sainete y del vaudeville. Y, como ya dije, las elecciones son inmejorables: ¡la actuación de Damián Dreizik es la menos histriónica de todas! Dreizik, la estrella cómica de la compañía, también desempeña ese papel en la trama agregada por Chaud, siguiendo la tradición del sainete, que utiliza a la figura en su calidad de figura.

La verdad del teatro es el teatro, y esta obra es teatro puro y duro. El Jettatore de Chaud no es ni más ni menos que una milanesa con fritas —una comida que se puede conseguir en cualquier bolichón de cualquier esquina de Buenos Aires—, pero es la mejor milanesa con fritas de la Argentina y, probablemente, del mundo.

 

Jettatore, de Gregorio de Laferrère, versión y dirección de Mariana Chaud, Teatro Caminito, Fundación Proa, Buenos Aires, 21 de enero a 28 de febrero de 2016.

3 Mar, 2016
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